SUEÑOS DE DURACIÓN MEDIA-Parte 1
SUEÑOS DE DURACIÓN MEDIA-Parte 1
Complicadísimos en su simbología pero objetivamente claros en su desarrollo. Vívidos de color pero presentando muchas veces paisajes terroríficos.
De la escuela y dos amigas
El inquilino-Parte 1
Los Juegos del terror
La taberna del miedo
Hoy decidí vestirme de payaso
Tragedia en la escuela
Principios de Enero de 1981
De la escuela y dos amigas.
Veo a lo lejos la silueta oscura de mi antigua escuela. Todo está oscurísimo y
la escuela está semi-derruida. Los edificios cercanos han sido demolidos. Voy
con alguien; no sé quién sea pero le pido que me acompañe. Nos acercamos
cuidadosamente. La reja de alambres entrecruzados trae a mi memoria un
gallinero grande. Paulatinamente el silencio y la oscuridad se van
transformando; oigo voces, golpes, trotes, y adentro veo un prado verde,
verdísimo. Entramos confiados. Ya cerca de los muchachos jugando veo a Antonio
Vales, mi más querido compañero en el Colegio Santa Ana, en la secundaria; lo
llamo a gritos y viene veloz como una tromba, me levanta del piso, me estrecha
y me besa en ambas mejillas. Estamos contentísimos, pero se va a terminar su
partido y yo quedo de nuevo solo. Camino por los amplios corredores de la
escuela; una columnata los separa del patio y del prado. Ahora todo es color:
el prado más verde que un prado normal, las columnas muy blancas, las baldosas
del pasillo cruelmente rojas y los ladrillos de las viejas paredes parecen
desprender fuego. Todo es una pintura impresionista, todos los colores se
mezclan salvajemente y me pierdo. Me encuentro cerca de la casa en que vivía en
la época de mis diez años. Voy caminando, es de noche y me siento acongojado no
se por qué. De una cigarrería sale una chica hermosísima en blue jeans y blusa
a cuadros; en ese momento pienso en sexo y me imagino con ella. Me olvido, miro
la oscuridad y de repente me sobresalto porque alguien ha puesto su mano sobre
mi hombro. Es ella, bellísima. Me brinda un helado y lo acepto. La miro de
abajo arriba; me fascina. ¿Cómo podemos vernos? Me pregunta. Estoy turbado,
pero feliz, y las palabras se me abarrotan y amelcochan en la garganta. Mañana
iré al parque sólo ¿Podrías ir? Le pregunto. No me contesta enseguida. Ya te
conozco, me dice, ¿Recuerdas que una vez en el parque jugamos juntos? ¿Te
acuerdas de mi amiga? ¡Ah! Claro que me acuerdo, digo yo. Podemos ser amigos,
¿Iras? Sí, responde ella con alegría, y tomándome de la mano corremos y
llegamos a una hermosa casa. Hay poca luz allí. Entramos a su cuarto y allí
está su amiga y otra chica. Hablamos rápidamente; según ellas, han encontrado
lo que quieren. Yo también estoy muy entusiasmado. Entonces se desabrochan sus
blusas y dejan al descubierto sus excitantes pieles, doradas por la luz que
proviene de unas velas, más suave cada vez. Abrazo a mi amiga y la beso; me
pierdo, me desmayo, vuelo. Y suavemente voy pasando del sueño a la realidad que
es como un sueño.
El
inquilino-Parte 1. Sueño que vivo aún fuera de mi
casa, en casa de la señora Oliva pero en otro barrio al sur de la ciudad. Es
Domingo. Todos han salido y, como me tienen confianza, yo tengo la llave. Bajo
de mi cuarto y voy a un parque lleno de bullicio a ver jugar micro fútbol. Miro
también a las chicas sexys que pasan; me entretengo así mucho tiempo y cuando
me doy cuenta está oscureciendo; el parque está iluminado. Salgo rápidamente,
preocupado pensando que ellos debieron llegar y están afuera. El camino por el
que voy discurre bajo unos árboles altísimos y es destapado y pedregoso. Llego
al otro barrio y me vuelvo para contemplar una vez más el parque tan animado.
Entro en la casa y oigo música alemana del siglo XIII que viene de la cocina.
Ahora recuerdo que dejé allí el radio encendido en Musicar FM cuando preparé mi
desayuno. Entro sigilosamente y encuentro a la señora Oliva; me saluda
alegremente, yo no digo nada. Miro a una
niña que le ayuda a cocinar algo. Nunca la he visto. Tiene unos 13 años y es
bellísima. Me admiro de que ellos hayan dejado sonar la música pero eso me
alegra. Dejo el radio ahí y subo a mi cuarto; pienso en la chica y siento un
deseo inmenso de tenerla aquí conmigo. Por la forma en que me miró sé que
vendrá. Mi cuarto es bonito, pequeño pero bonito; tiene baño, una ventana
grande y un buen clóset; el piso es de madera, y mi somier está en él. Me tiro
sobre la cama y pongo los pies en la pared. Enciendo un equipo de sonido muy
sofisticado que tengo y escucho la misma música que viene de abajo, de la
cocina. Bajo algunas revistas del clóset y las hojeo, y sigo, contento y
solitario, esperando a que ella venga flotando con la música.
Los Juegos del terror.
Tengo el periódico sobre la mesa y examino la cartelera cinematográfica. Hay un
anuncio curioso y llamativo: “Ciclo de Terror - 6 películas (aparecen los
títulos) - todas el mismo día en función rotativa”. Valor de la entrada: $59.
Sin pensarlo dos veces me voy para el cine. Voy caminando, paso por mi antiguo
barrio y cuando estoy frente a la casa de las Ibáñez, reconozco a las muchachas
que están muy cambiadas; hay una que me gustaba especialmente y está muy
bonita; me llama alegremente, nos saludamos y entramos a la casa. Me presentó a
la mamá; luego me pide que las invite a cine, a
ella y a las dos hermanas. Estoy de acuerdo. Antes de irnos me beso con
mi preferida detrás de la puerta que da a la calle. Ya estamos en el teatro. Es
de 6 pisos y todo de madera. Comenzamos a subir escaleras y atravesamos
pasillos sin encontrar la entrada. Ellas comienzan a hacer “coquitos”, se
esconden y se aparecen haciendo que yo las persiga. Comenzamos a correr y cuando
las alcanzo les robo un beso e intercambiamos los papeles. Hasta que yo quedo
solo en un cuarto oscuro sin escuchar ruido alguno. Siento mucho miedo. Es
cuando me doy cuenta que ellas me estaban tomando el pelo y querían marcharse.
Me da rabia. Abro entonces una puerta y encuentro el teatro. Es inmenso y frío.
Aterrador. No le faltan sino las telarañas para que pueda pertenecer a una
compañía de brujas; o tal vez por la oscuridad no se vean. Está casi vacío. En
la pantalla enorme aparece un letrero: “Advertimos que esta película es de
extremo terror, por tanto, a las personas que difícilmente se han aguantado las
otras cuatro películas, les recomendamos abandonar la sala”. Comienza la
película; el título es largo y la fotografía es buena. Siento un ratón pasar
cerca de mí. Hay muchos muertos y sangre en la película; entonces yo
recapacito, miro bien hacia todos lados y siento profundo asco; me incorporo y
todo el mundo se vuelve a mirarme. Yo exclamo ¡Cochinos! Y salgo, encontrando
un día hermoso y unas calles limpias. Entonces comienzo a correr alejándome de
ese fantasmagórico sitio.
Fines de Enero de 1.981
La taberna del miedo. Voy con
dos personas más buscando a alguien. Vamos por un barrio asqueroso; estamos
embarrados y corremos. De pronto
llegamos a un patio formado por cuatro edificios de inquilinato. El patio es de
tierra y las edificaciones de madera vieja son muy altas. Pero hay algo
extraño: sobre una montaña de basuras hay un piano de cola, brillante, y a su
lado una anciana tejiendo. Siento un impulso, tomo asiento ante el piano e
interpreto una melodía de Schumann. Estoy muy contento. Me siento poderoso.
Entonces entramos a una de las edificaciones. Voy acompañado por dos chicas de
cabello largo. Subimos varios pisos y cada vez es todo más sombrío. Toda la
casa es de madera, verticales las tablas de las paredes, y por sus rendijas se
ve una pared negra. Las escaleras son sencillas y bonitas, de madera clara,
pero todo huele mal y está cochino. No hay nadie pero, tal vez en el cuarto
piso, oímos voces y risas. Nos desesperamos; ahora únicamente una chica me
acompaña. Las voces y gritos salen de una puerta que tenemos al frente. Bajamos
corriendo una escalera pero nos toca frenarnos de repente; un muchacho está
lavándolas, pero para nuestro horror, lo que sale del piso es sangre que,
mezclada con el agua, forma un río veloz, ruidoso e incesante; ahora vemos que
todo el piso está manchado de sangre seca y nos aterrorizamos. Vamos a irnos,
pero el chico nos detiene hablándonos: “Por aquí no pueden pasar, no hay
salida; tienen que esperar si quieren encontrar una salida. ¿Quieren una
cerveza?”. Nos repugna la idea y nos miramos: no podemos negarnos. El nos toma
por los hombros y nos hace entrar en el cuarto de las voces. Hay mucha alegría;
hombres sucios con chalecos y mujeres gordas tomando cerveza en jarros de
cristal. Nos sentamos asustados en un barril y bebemos también. La cerveza es
de un color amarillo impresionante, disfruto mirándola a contraluz: es lo único
limpio de todo el edificio.
Noche de Agosto 26 al 27 de 1.981
Hoy decidí vestirme de payaso. Buscando algo que hacer llego a una
casa inmensa. Allí encuentro a todos los mejores amigos de mi vida hasta 1979.
Están: Germán Rodríguez, Germán Jiménez y Olegario Benavides, de la escuela;
Arturo Nelson, Esperanza, Clara Rosas, del barrio; Harold, Amparo Morales,
Lissana, de Enmoda; Antonio Vales, Oscar Franco, Alfonso, los Ferchos, Richard
Fajardo, Stella Torres, las hermanas Márquez y otros, del Santa Ana, etc.,
etc., etc. Como treinta personas. Bailamos, cantamos y jugamos por todas las
habitaciones de la casa. Hacia las seis de la tarde, a alguien se le ocurre
jugar un partido de fútbol, y salimos al solar de la casa, gigantesco. La casa
está en una llanura interminable, hermosa. La cancha es perfecta y bien
demarcada; los arcos son pequeños y con redes. Comienza el partido. Hombres y
mujeres armamos un bullicio tremendo. Después de una vida completa de timidez y
frustraciones, veo la oportunidad de demostrar a todos mis amigos lo que soy
capaz de hacer. Empiezo por fijarme en que la noche cae maravillosamente y me
siento feliz y flexible. Yo, al comienzo opaco, tomo el balón y subo hasta el
arco contrario pasando a todo el mundo
con piruetas, driblings, locuras. Todos están admiradísimos. Entonces miro a mi
alrededor; la noche está clara porque la luna flota gigantesca sobre unas
suaves montañas lejanísimas. En la faz de la luna está dibujado el mapamundi,
como si fuera la tierra y estuviéramos jugando en la luna. Es la luna más bella
del mundo. Los árboles atrás de cada arco de la cancha, tienen sus troncos negros
y retorcidos, y sus copas frondosas se funden con el cielo azul ascendente,
claro y mágico. A un costado de la cancha está la casa y al otro la llanura
infinita. Y nosotros, rompiendo la paz de la noche, gritamos y reímos. Yo
divierto a todos mis amigos con jugadas loquísimas ¡Y ahora estoy vestido de
payaso! Con un traje amplio de satén, con grandes pliegues en las mangas y en
el cuello, con una nariz roja y los cachetes pintados; rebotando por todas
partes con mi sombrerito cónico. Hago un gol espectacular y todos se ponen
felices, compañeros y adversarios. A pesar de que es de noche, nos vemos
claramente por la luz de la luna. De repente veo cerca de mí, atacando, a
Mireya, una de las chicas más lindas que he conocido. En medio de mi locura me
acerco a ella. Se detiene, lindísima y trata de no ponerme cuidado, pero no
puede evitarlo por mi vestido de payaso tan gracioso y llamativo. Todos siguen
jugando. Yo me acerco a ella en medio del bullicio y le digo: “Mireya, siempre
he estado loco por ti”. Ella me esquiva al principio; vuelvo a acercarme y le
digo: “Te amo, Mireya”. Ella se da la vuelta y quedamos frente a frente; nos
miramos y luego nos besamos rápidamente. Ya sabiendo que nos amamos continuamos
el partido, más felices que nunca. Cuando se acaba el partido, dormimos todos
juntos tendidos en el solar, cubiertos con mantas de lana. En un momento,
cuando ya todos dormían, me pareció estar solitario en el mundo. Me incorporé
triste y miré hacia las montañas lejanas con su luna gigantesca. Quise marcharme
hacia allí, pero unas sombras se incorporaron por todo el campo y me
detuvieron. Eran mis amigos que aún estaban acompañándome, divertidos. Me
acuesto de nuevo y me duermo feliz.
Agosto 30 de 1.981
Tragedia en la
escuela. Mi antigua escuela. Llego de noche. Está solitaria y sombría, pero
yo llego decidido, encierro a todos los alumnos en nuestro salón de clase (que
es alto, de ladrillo y sin ventanas), me subo al techo, y por una claraboya
roceo gasolina en el interior sin atender a los gritos y lamentos. Entonces,
tirando un fósforo prendo fuego a esa aterrorizada gente. Las llamaradas vuelan
por los cielos y los gritos llegan a las nubes. Me alejo corriendo temeroso. A
la noche siguiente vuelvo; por los pasillos y salones se cruzan los periodistas
y policías comentando que sólo un demente o un nazi pudieron haber hecho eso.
Yo entro asustado y pienso que me van a descubrir; pero nadie se vuelve a
mirarme. Al fondo del corredor, en el salón incendiado, ha entrado ya la
policía; barren y sacan lo que quedó de la tragedia: un montoncito de cenizas
negras que se esparcen con el viento. Me detengo. ¿Yo hice esto? ¿Fui capaz? Me
da asco y me voy hacia el salón del lado. En el jardín que hay tras los grandes
ventanales de ese salón, está encerrado desde anoche el profesor Eduardo Navasa Piedrafita, el español,
el único al que no quise incinerar y al que apuntando con un arma encerré en el
frío jardín, aún con bata blanca de trabajo, para que no fuera a regar la
noticia. Lo salvé porque es el mejor profesor que he tenido; lo estimo, y creo
que nos parecemos mucho en la forma de pensar; además es el único que no se limita
a enseñar la materia sino que nos habla de la vida. Cuando abrí la puerta,
salió calmado, sacudiéndose la ropa, y dijo de mala manera: “¿Por qué me hizo
esto? Dejarme en tal frío, sin nada de comer, sin una manta”. Yo le respondo:
“Perdóneme profesor. Por favor, no vaya a delatarme. Él dice: “Yo no tengo nada
que ver, pero a usted le arreglarán cuentas después de todo. De ésta no se
escapa. Y váyase rápido de aquí. ¡Vamos! ¡Vamos!”. Yo salgo y nadie me detiene.
Voy llorando por lo que fui capaz de hacer, por la inclemencia de mi corazón y
la dureza de mi alma; y lloro por todas esas vidas que ahora son sólo una
montañita de cenizas negras; y lloro por mí, porque realmente no sé para que
hice esto.
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