LA NOCHE MÁS NEGRA
Crónicas de lo inexplicable
Final

IV

 
Entonces un estruendo desordenado me hizo sobresaltar y grité aterrado. Era el río, que después de haber enmudecido por un tiempo largo, volvía a su normal comportamiento, lo cual me hizo caer en cuenta del absoluto silencio que me había rodeado hasta hacía unos momentos. Con el corazón nuevamente acelerado, pude ver el brillo fastuoso de su ancho caudal. Pareció como un estallido de luz comparado con el hilo nebuloso del metal bruñido de mi fusil en la oscuridad, lo cual debía alegrarme enormemente después de haber creído que estaba ciego, pero no fue así. Inclusive sentí algo de molestia por tanto ruido, pues la selva también recuperó su murmullo incongruente.

Me moví. Había estado clavado en un solo sitio desde que inició el asunto. Intrigado escudriñé primero el punto del aire donde comencé a percibir la presencia del artefacto y mis ojos se perdieron entre las primeras constelaciones que comenzaban a aparecer; tenía la esperanza de que aún estuviera allí el causante del sonido o de que hubiera cables, cuerdas o postes que pudieran haber sostenido algo. Pero nada había en ese lugar. Sólo estaba el aire transparente.

Nada había tampoco en el suelo aparte de la hierba corta. Recorrí toda el área y no encontré algo anormal. Divisé el campamento que estaba a pocos pasos de distancia y allí nadie se había levantado. El viento comenzó a soplar y me trajo las plácidas respiraciones de los soldados ajenos a lo que me había sucedido.

Todo esto transcurrió en un lapso estimado de quince minutos, desde que el viento dejó de soplar hasta que todo volvió a la normalidad.

Me detuve a reflexionar sobre aquel misterio; elucubré explicaciones; repasé posibilidades; elaboré hipótesis a cuál más descabellada. En esos momentos era objeto de emociones encontradas y me sentía extrañamente sereno. Esto era sencillamente inexplicable.

Recorrí la bóveda celeste inundada de estrellas. Repetí mentalmente la única explicación que cualquier mente racional, por más escéptica que sea, podría dar a lo que acababa de sucederme esa noche: desde lo profundo del universo, desde algún mundo súper evolucionado en alguna de esas estrellas que brillan serenas e indiferentes, vino una sonda dirigida por seres inteligentes y dibujó con sonidos una figura geométrica perfecta tomando como centro a un insignificante ser del planeta Tierra.

Una estrella fugaz trazó su huella en el firmamento, recorriendo el cenit, y se desvaneció imperceptiblemente. Una terrible sensación de soledad se apoderó de mi alma. Un terror increíble ante esa posibilidad hizo rodar dos gruesas lágrimas por mis mejillas.


JORGE ZAMBRANO GAVIRIA

 
Foto del cielo estrellado por Jorge Zambrano Gaviria
 
“Los científicos son gente conservadora. Parece que estén buscando, pero en realidad tienen miedo a descubrir algo que esté más allá de lo que están dispuestos a aceptar. Prefieren cerrar los ojos”.
 
Francesc Miralles, Amor en minúscula, página 97, Vergara Editores 2006.


 

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