CRISTAL

 
Cuento
 
La  primera  vez  que pasé por una gran angustia para mantener en secreto el poder de mi imaginación, fue  cuando con  Sarita, la hermosa  hija de  Roberto Burgos, el  prometido  de mi hermana Laura, echamos a volar el papagayo disecado que adornaba desde no se sabe cuándo el zaguán que rodeaba el inmenso jardín de mi casa, en donde jugábamos a imaginar aventuras maravillosas en lugares  lejanos.
 
Esa mañana, al vernos jugando con un hermoso papagayo de verdad, que en nuestro juego era el mensajero que nos traería refuerzos para poder escapar del reino de Otak, esa riquísima tierra habitada por la raza porcina y perdida en el archipiélago Sáudens, que no aparece en los mapas pero que se mueve errante por las inmensidades del Atlántico Sur; esa mañana, decía, el susto de todos fue grande, pues el tamaño del animal , su pico y sus garras afiladas no eran como  para que dos niños de diez años jugaran con él tranquilamente. Lo asustaron con sus gritos y aspavientos pero no lo pudieron atrapar. Huyó volando como una llamarada multicolor, a buscar su selva húmeda y caliente de donde nunca debió haber salido.
 
Aunque supimos dar respuesta satisfactoria a la repentina llegada de la exótica ave, ya precedida en nuestro jardín-bosque por la de unas garzas blancas gigantes, una bandada de cardenales de norteamérica, un pájaro carpintero, un halcón cazador al cual bautizamos “Gerifalte” y gran variedad de pájaros atraídos quizá por la flora alta y exuberante, no pudimos explicar por qué ya no estaba en su lugar el polvoriento papagayo disecado y, como castigo, nos prohibieron jugar en el jardín hasta nueva orden.
 
Solamente Sarita y yo sabíamos lo que había sucedido, pues en aquella ocasión nos emocionamos mucho cuando, al descubrir en el papagayo al compañero perfecto para nuestro juego, y después de concentrarnos pensando en nuestros deseos, vimos cómo el ave disecada comenzó a sacudir sus alas para liberarse del polvo de los años, recuperó sus vivos colores y arrancó con su pico los alambres que lo amarraban  al madero donde estaba prisionero, bajando enseguida como un planeador y posándose en mi brazo extendido.
 
La segunda vez fue cuando reviví y puse a caminar por toda la casa la fantástica colección de animalitos de cristal de Laura.
 
Como preparábamos todo previamente cada vez que íbamos a jugar con la imaginación, ese día, un año después del incidente del papagayo, no se nos escapó un detalle: limpia y ordenada la casa, nadie que interrumpiera hasta las dos de la tarde, cerradas las puertas y ventanas en los dos pisos y en la buhardilla, y todos los intersticios taponados para evitar fugas accidentales.
Después de bajar cuidadosamente los animalitos de cristal de la vitrina de cedro donde se exhibían, entre la colección de vajillas de porcelana en miniatura y los mueblecitos antiguos, replicas perfectas y diminutas de sillones  Luis XIV, reclinatorios egipcios y romanos, comedores Chippendale, sillas Imperio, escritorios Rococó, camas Bizantinas, butacas chinas del siglo XII, etcétera, (como si en vez de ponerse viejos los muebles se hubieran achicado con el paso de los años hasta caber en la palma de la mano); pusimos los animalitos de cristal sobre la suave y cálido tapete persa, acabamos de ordenarlos por filas y por tamaño y nos concentramos en imaginar que estaban vivos y podían jugar con nosotros. Apenas llevábamos cinco minutos de silenciosa concentración, sentados en la alfombra y tomados de las manos Sarita y yo, cuando los animalitos comenzaron a despertar mirando curiosos a su alrededor y aguardando instrucciones. Y entonces comenzó el desfile al ritmo de las notas de la marimba de Sarita.
 
Adelante iban las tortugas, las focas, y los caracoles, felices por poder marcar el ritmo de la diminuta  marcha; enseguida pusimos los inquietos conejitos que querían irse para otro lado, pero a los que encarrilábamos nuevamente con ayuda de unas tablitas de parquet; después caminaban sigilosos unos tigres y leones imponentes pero nada fieros; en el centro de la marcha había perros, gatos y venados de diversos tamaños y, mas atrás, caballos de paso fino y elegante, un toro, un rinoceronte, unas graciosas gacelas, una familia de osos polares, un avestruz, y los infaltables elefantes; cerrando la marcha caminaba una pareja de jirafas muy simpáticas y juguetonas; todos los animalitos hechos del más puro cristal transparente.
 
Asunto difícil de manejar fueron los tres peces Escalaris, porque cuando los colocamos sobre la alfombra se agitaban asustados. Hubo que dejarlos en una jarra con agua sobre la mesa del comedor y, aunque en ese improvisado acuario no podíamos verlos por su transparencia, desde allí nos observaban y se divertían nadando y saltando. Pero aun mas difícil de controlar fueron las gaviotas y los sinsontes, que comenzaron a volar y hubo que dejarlos finalmente libres. Por suerte hicimos un cuidadoso inventario de la colección para no dejar ninguna de las costosas figuritas de cristal por fuera de su lugar cuando las recogiéramos.
 
Cuando terminaron de dar una vuelta completa al marco lleno de arabescos del inmenso tapete persa, les permitimos invadir la casa, enseñándoles a reunirse en la base de operaciones del segundo piso al primer llamado de alerta: una fanfarria tocada en la marimba de Sarita, que controlaba la base avanzada del primer piso.
 
Nos divertimos mucho esa mañana Sarita y yo, e incluso los animalitos de cristal estuvieron felices haciendo números de circo, caminando por las repisas y barandas de madera y rodando por el pasamanos de las escaleras desde el segundo hasta el primer piso, donde los esperaba una mullida otomana.
 
Sorprendentemente  los animalitos de cristal vivos son muy elásticos, no se quiebran, y su inteligencia es superior a la de los animales normales, pudiendo vivir en paz todas las especies. No se por qué no pueden fabricarlos así, vivos. Son racionales, tiernos y divertidos, aunque no pueden emitir sonido alguno. Les encanta jugar en nuestras manos y entre el cabello rubio de Sarita que se adorna con mil estrellas vivas cuando juega con ellos.
 
De vez en cuando las aves de cristal descendían y jugaban un momento con nosotros, pero en realidad lo que querían era volar ya que para eso están hechas . Las dejamos tranquilas. Es muy lindo ver sus destellos irisados cuando pasan volando frente a la ventana o bajo la luz dorada del candelabro barroco de la sala, que es de cristal Murano auténtico y parece siempre vivo con sus infinitos brillos de colores.
 
Todo iba perfecto hasta que escuchamos el inconfundible sonido del motor del auto de Laura y Roberto, que regresaron antes de lo previsto.
Sarita y yo quedamos estupefactos, pálidos y fríos un instante; y en el instante siguiente, después de hacer sonar tres veces la marimba - alerta máxima - éramos dos veloces niños-máquina recogiendo por toda la casa animalitos de cristal y ordenándolos en los entrepaños de la vitrina.
Sonó la llave en la cerradura de la puerta principal y entró mi hermana con su prometido, precisamente para enseñarle como quería el diseño de los muebles de su nueva casa, según algunos de los modelos en miniatura de la colección.
 
-! Jorge! llamó Laura desde el umbral con voz melodiosa.
-!Sarita! !Iúújuuu! entonó Roberto con su acostumbrado buen humor .
Tuvimos tiempo de organizar todo lo mejor posible mientras ellos descargaban sus abrigos y paquetes en el recibidor.
 
Alcanzamos a reunir casi todos los animalitos de cristal; pero nos faltó la pareja de Sinsontes que debía estar volando por alguna parte de la casa. ¡Y olvidamos los peces! que no se distinguían dentro de la jarra de agua en el comedor.
Mientras ellos subían por las escaleras charlando y riendo, me concentré profundamente unos segundos e imaginé a los impacientes animalitos vivos como simples adornos de cristal y Sarita se quedo organizándolos mientras yo bajé a  saludar a los recién llegados. Laura me abrazó exageradamente fuerte besándome en la frente y Roberto realizó conmigo el complicado saludo nuestro, chasqueando dedos y chocando las manos repetidas veces, adornando todo con un guiño simpático y con un efusivo !Hello, champion!, y preguntando enseguida por  Sarita.
 
-Sarita debe estar durmiendo, me imagino, dije yo, porque no hace sino dormir. -Y yo estuve toda la mañana haciendo figuritas de Origami, agregué con tono despreocupado.
 
Imaginé oportunamente el reguero de papeles de colores y figuritas de diversos tamaños y allí estaban cuando subimos los tres. Sarita dormía profundamente en mi habitación, abrazada a su osito de peluche azul celeste.
 
Yo realmente no recordaba los peces de cristal. Solo después de que Roberto se atragantó con un vaso de agua que se había servido, caí en cuenta de mi olvido. Se lo tragó, vivo y de cristal, y Laura arrojó el resto del agua al lavaplatos. Por el desagüe se fueron los otros dos peces de cristal y, a pesar de poder volverlos a su estado original, preferí imaginar que de alguna manera llegaban al río y allí formaban una gran familia traslúcida que aún debe estar multiplicándose, pero que nadie puede pescar por su diminuto tamaño y ningún buzo puede distinguir en el agua  debido a su transparencia.
Y estando ocupado en estas imaginaciones me sobresaltó el grito de Laura y su desmayo inexplicable. Cuando reaccionó en el regazo de Roberto, aseguró haber visto dos pequeños pájaros de cristal que salieron volando cuando abrió una de las ventanas.
 
Todo se arregló de la manera mas sencilla: Roberto tranquilizó a Laura explicándole que probablemente sufrió una alucinación producida por su nerviosismo al aproximarse la boda después de diez años de noviazgo; sin embargo, si había sido real la visión, debía sentirse feliz por tan dichoso augurio. Ella estuvo de acuerdo y se besaron tiernamente, olvidando por ese día su visita a la vitrina de las colecciones, pidiendo almuerzo al restaurante italiano y dándome tiempo de conseguir unas gaviotas y unos Escalaris de cristal idénticos a los que se habían perdido y de encontrar, con Sarita, la pareja de Sinsontes que habían formado nido sobre un armario del desván, volverlos a su sitio en la vitrina y recordar este episodio como una de las imaginaciones mas felices que he tenido.
 
La otra imaginación feliz que tengo cada día, y en la que más me concentro, es que Sarita y yo vamos a estar juntos para siempre; pero como esto depende también de la imaginación de Sarita, creo que no puedo hacer nada más al respecto. Por ahora no hay motivo alguno para preocuparme y estoy feliz porque ya no nos trastearemos de esta casa, y además nos autorizaron a jugar nuevamente en nuestro jardín-bosque.
 

JORGE ZAMBRANO GAVIRIA
Escrito en 1987 con base en un sueño
 
 

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