DIARIOS DE UN DILETANTE-El martes, día de suerte.


EL MARTES, DÍA DE SUERTE


Mayo 17 de 1.977 A mis 15 años /Mi primer trabajo de Publicidad.


No creía que, al decirme el horóscopo que mi día de suerte era el martes, fueran a sucederme cada semana en este día cosas dignas de hacerse eternas en alguna parte de mi mente. El martes 17 de mayo de 1.977 me levanté, como de costumbre, a las 6 de la mañana. Me alisté y salí para el colegio. El primer bus anduvo rápido, pero el segundo se retrasó recogiendo gente; por esta causa llegué un minuto tarde al colegio. El pasador del gran portón verde resonó con fuerza y desde adentro gritaron: “¡el que se quedó se quedó!”. Fuimos por la puerta de secretaría y luego de un rato nos dejó entrar el profesor Mera. Había conmigo como quince alumnos por fuera.

En el corredor me encontré con Carlos y Pilar que iban a la secretaría por tiza; me saludaron y me informaron que ya se había acabado el Rosario; me dieron tiza para que llevara y pudiera pasar al salón, pero Rosalba, la de la Cooperativa, le dijo al señor Méndez (el rector) quiénes quedamos por fuera. Entonces nos mandó para la casa.

Llegué a la casa e hice un poco de oficio, luego me encontré con Arturo Nelson (Cha-cha-chá) y nos dispusimos a ir a la Taberna Alemana a jugar ping-pong. Salimos luego de cambiarnos, nos fuimos en una buseta por la calle 80. Arturo dijo que iba a estudiar para poder salir de la casa. Llegamos al club y subimos rápidamente al quinto piso. Había mucha gente en el amplio salón, pero sobraban mesas. Pedimos una mesa por una hora y jugamos muy chévere; estuvo reñido el partido y yo gané por 5 sets contra 4. Casi me salgo sin pagar. Luego fuimos a comprar conos de helado y después a tomar gaseosa y descansar un rato en una cafetería. Allí tomamos la decisión de ir al Museo Nacional. Tomamos un bus por la avenida Caracas, nos bajamos en la calle 35 y caminamos un buen trecho. El museo estaba abierto y la entrada era gratuita. Solamente estaba abierta una sala de exposiciones, donde se daban a conocer todos los aspectos de la vida de los Chibchas. Después salimos y caminamos en subida para el Planetario. Allí visitamos una exposición de objetos de la nave Apolo 11 y una muestra de cuadros en aguafuerte.

Entramos luego al Museo de Historia Natural, en el mismo edificio, junto con los alumnos de un colegio. Después fuimos a dar una vuelta por los pasajes del Hotel Tequendama; todo es muy chévere. Entonces partimos: Arturo para la casa y yo para el almacén, a trabajar. En el bus, Arturo copió unas tareas en los cuadernos para que creyeran que sí había ido a estudiar. Yo le puse nota a las anteriores. Nos bajamos en el barrio 7 de Agosto y yo fui a almorzar donde mi madrina Oliva, al Restaurante Alférez; Arturo se fue a dar una vuelta.

De almuerzo tomé sancocho de pescado y bandeja con sudado. ¡Sabroso!

Cuando llegué al almacén, se pusieron contentos porque llegaba un voluntario para repartir la banderita de la Cruz Roja, pues el gerente del Banco Nacional nos pidió el favor de colaborar. Nunca me había divertido tanto. En esta labor me embolsillé por la derecha como quince o veinte pesos, pues mucha gente insistía en entregarme la plata en vez de echarla al tarrito. La gente colaboraba encantada y el tarro pesaba mucho. Entonces se acabaron las banderitas y volví al almacén. Se pusieron muy contentos al saber que había hecho algo bueno. Cuando volvió el gerente del Banco y vio que habíamos colaborado mucho le dio las gracias a Amparo, la administradora, y a las vendedoras del almacén; no sabía que yo era el único que colaboré. Ellas ni siquiera me dieron las gracias y sí quedaron bien ante el gerente. Yo guardé el brazalete de la Cruz Roja y unas banderitas de las grandes. Después de descansar un poco fui con Hermencia a la cafetería, y tomamos un masato delicioso, con roscón. Nos gustó y mandamos después por más. Llamé luego a Janeth Márquez para informarme sobre las tareas del miércoles. Charlamos un buen rato. En eso llegó un señor que dijo que quién hacía los avisos tan bien “jalados” en este almacén. Yo levanté la mano y, luego de colgar el teléfono, me dirigí a él. Me propuso que le hiciera dos avisos para el restaurante Nuevas Delicias, en pliegos de cartulina que eran para registrarlos. Acordamos el precio en $150 y me dio $20 para la cartulina. Me dio el esquema de lo que quería. Era un trabajo para el día siguiente. En él se incluía la de lista de precios del restaurante. Llegué a la casa y me dispuse a comer. Les conté a todos y se pusieron muy contentos. Fui a buscar un marcador negro y no encontré. Entonces utilizaría un color. Comí, hice la tarea de inglés e inicié los avisos, trazando primero los renglones con lápiz.

Puse música chévere y así trabajé un rato hasta que todos estaban acostados, y entonces apagué el radio. Armando llegó un poco antes. La noche estaba en silencio y yo trabajaba con paciencia, aunque estaba cansado mentalmente. Parece mentira, pero el silencio me hizo dar dolor de cabeza. Al rato, cuando ya iba a terminar, se empezó a oír música en la casa del frente. ¡Estaban como enfermos! Eran puros tangos y música de Helenita Vargas, en Radio Cordillera, la preferida de los conductores. Me asomé a ver si era que se habían vuelto locos, pero no, sólo estaban escuchando. Con este ambientico seguí trabajando. Dieron la una de la mañana en Radio Cordillera, la emisora de los viejitos, y yo seguía trabajando. Ya iban a cantar los copetones cuando me aburrí y me fui a acostar. La música seguía. Me quedé un rato pensando en todo lo que había hecho en este día. No lograba ordenar mis pensamientos, y me dije que era mejor dormir. Al momento ya estaba roncando.

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