EL HOMBRE DE LUZ - Parte 1
EL HOMBRE DE LUZ-Parte 1
Crónicas de lo inexplicable
Habían transcurrido los años más activos
de mi vida y deseaba ya, a mis veinte años, ser un hombre de mundo. Estaba un
poco equivocado: me faltaba madurar, me faltaba vivir cosas importantes, me
faltaba estar seguro de mí mismo, saber para dónde realmente debía caminar.
Trabajé desde los trece años, tras la muerte de mi padre; conocí mucha gente,
me hice conocer y admirar, demostré mis capacidades y talentos, tuve amores y
desilusiones, pero aún no sabía realmente quién era ni adónde quería llegar.
Me encontraba en una situación
angustiosa y, como siempre, mi momento de paz y de reflexión era la hora de
irme a dormir. Tengo hábitos noctámbulos; rara vez me duermo antes de la
medianoche, no me da sueño. Aparte de unos instantes para estar a solas con mis
pensamientos y repasar las vivencias del día, me encanta caer poco a poco en el
abismo de los sueños, volar, y despertar a la mañana siguiente con la esperanza
renovada, firme y decidido.
Entonces, una noche de gran
lucidez, comenzó a suceder algo inusual: en vez de las fantásticas
escenografías de los sueños que aparecían cuando ya estaba más del otro lado,
empecé a ver una vertiginosa maraña de colores terrosos y cálidos que me
hicieron salir de mi somnolencia inmediatamente. Abrí los ojos y sentí un poco
de alarma por la extraña visión; cerré los ojos y allí estaba nuevamente y pude
contemplarla con mayor detenimiento. Era como un enjambre de jirones sueltos que
formaban una inmensa pantalla curiosamente plana y uniforme. Sucedía al
principio como dentro de un sueño tan pronto cerraba mis ojos; tardaba dos o
tres minutos en formarse, después quedaba fija un instante y desaparecía. Yo
despertaba, abría los ojos y permanecía unos minutos intrigado, analizándolo,
pues notaba que era una imagen involuntaria y bastante consistente, como si
fuera una realidad fuera del sueño, pero también fuera de mi realidad, que
siguió visitándome todas las noches.
Me acostumbré a ello al cabo de
dos semanas de aparición ininterrumpida. Ya incluso esperaba el espectáculo con
la cabeza un poco levantada y recostado contra la pared. En ese tiempo dormía
en el piso, con unas mantas a modo de colchón. Cerraba los ojos en espera de
que la imagen apareciera y ésta aparecía sin hacerse esperar, sin que yo
hiciera el mínimo esfuerzo por formarla, siempre sorprendiéndome
agradablemente.
Una noche no apareció y me
inquieté. Al reflexionar sobre ella me percaté de su carácter independiente de
mi voluntad y posiblemente inteligente. Hice el esfuerzo de convocarla pero fue
imposible. Me sentí desdichado, temí no volver a ver esa rareza.
Pero a la noche siguiente ahí
estaba de nuevo. Se formó paulatinamente, como siempre, pero en no más de dos
minutos; apareciendo primero el remolino de retazos y estabilizándose
finalmente en una pantalla plana o pared de color ocre a café de una solidez
indudable. Pero esta vez con una inesperada variación. Me estremezco al
transcribir estas notas 26 años después y ver la solución de continuidad que
indica un orden: aparición ininterrumpida, luego un alto, y enseguida reaparición
introduciendo un cambio: verticalmente, en el centro exacto de la pantalla,
percibí una fractura recta, una división perfecta pero invisible. La pared no
se alteró pero yo sabía que se había partido por la mitad.
A la noche siguiente hubo un
nuevo cambio. Todo se desarrolló como siempre hasta la aparición de la fractura
vertical, pero enseguida una de las dos mitades se adelantó y se ubicó a unos
treinta centímetros de la otra, cruzándose unos cuarenta centímetros ante la
otra de manera que yo no pudiera ver a través de la abertura. Desde mi visual
era como si todo siguiera igual: una pared continua, pero yo sabía ya que había
dos paredes intercaladas y una breve separación entre ellas. Aquí percibí o me
llegó la información de las dimensiones de cada pared: 6 metros de ancha, 3
metros de altura y 30 centímetros de espesor. Esta visión duró dos noches más.
No sé por qué razón ya sabía yo que a la noche siguiente se produciría un nuevo
cambio.
La aparición se desplegó
igualmente ante mi vista interna la noche siguiente, pero al llegar al punto en
que había desaparecido todo la noche anterior, me sorprendió la certeza de que
alguien o algo iba a aparecer por esa rendija vertical. Dos noches más se
mantuvo idéntica la secuencia de imágenes ante mis ojos cerrados, y la certeza
cada vez mayor de que algo saldría por allí. Y salió. A la noche siguiente apareció
un tenue resplandor a dos tercios de altura sobre el fondo terroso; una lumbre
que se insinuaba a punto de mostrarse entre las dos paredes. Pero no vi más en
esa ocasión.
La noche siguiente todo vino como siempre pero, a
continuación de la luminosidad, apareció entre las dos paredes una mano
perfectamente formada y luminosa, hecha de una luz amarillo claro que no
resplandecía ni irritaba los ojos, como luz encapsulada en un material delicado
y translúcido, como las nuevas bombillas blancas de tungsteno (Topluz) pero de
tono más cálido y menos intenso. Me maravillé y supe ya que se iba a mostrar
todo un personaje de luz ante mis ojos. Pero esa noche no vi más.
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