Una noche en la Biblioteca - Cuento
UNA NOCHE EN LA BIBLIOTECA
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No me pregunten cómo sucedió que Valentina
se quedó una noche encerrada en la biblioteca; esas cosas suelen suceder. Lo
cierto es que después de haber jugado toda la tarde en el parque con la mamá e
ir a hacer una consulta enciclopédica, Valentina se quedó encerrada en la biblioteca,
y cuando se dio cuenta, todo a su alrededor era sombras y silencio.
Valentina es una
niña rubia, espigada, de cabello largo y ondeante como la corriente de un
arroyo de oro; sus ojos cambian de azul a verde dependiendo de su estado de
ánimo, pero su carita se mantiene rozagante aún en las más difíciles
circunstancias. Tenía cinco años cuando le ocurrió esta memorable aventura. A
pesar de que le gustan los vestidos elegantes (como el de terciopelo azul
oscuro con bordados blancos que le ponen con zapatos de charol y medias blancas
cuando asiste con su familia a celebraciones especiales), ese día Valentina
vestía como más cómoda se siente: con un pantalón ancho de algodón azul
celeste, medias deportivas blancas con corazones lilas, tenis rosados, una
camiseta blanca de “Fresita” y una gran chaqueta rosada con capucha, por si
llovía.
La biblioteca (“bioteca”, decía ella en esa
época) es un edificio hermoso de dos plantas, un poco laberíntico pero acogedor,
construido todo con ladrillos rojos y rodeado de árboles frondosos que espían a
los lectores asomándose por todas las ventanas.
Cuando salió del
salón donde guardan los muñecos gigantes de cartón piedra, hacía 20 minutos que
habían cerrado la biblioteca y apagado todas las luces. Por un momento se le
pasó por la cabeza gritar pidiendo ayuda para que la sacaran de allí, pero
Valentina, como su nombre lo indica, es una niña muy valiente y al encontrarse
en tal oscuridad no sintió ni pizca de miedo, al contrario, se entusiasmó ante
la idea de que iba a poder leer muchos libros sin que la molestaran.
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Lo primero que le
gustó de todo lo que la rodeaba fue la luz amarilla que llegaba de las
luminarias de la calle y que formaba miles de rayos al filtrarse por entre las
hojas de los árboles. Después se sintió caminando sobre las aguas de un mar
sereno donde los navíos eran las góndolas llenas de libros navegando en
silencio con su carga silenciosa. En tercer lugar, escuchó una fascinante
música que procedía de la segunda planta de la biblioteca, donde estaba la sala
para adultos y a la que no hubiera pensado ir si no la atrae esa melodía de
flautas y violines. A medida que caminaba sigilosamente buscando las escaleras,
el ritmo se hizo muy rápido y entraron más instrumentos a realizar el llamado.
Entonces...¡Blám! un horrible ruido se anticipó a un dolor agudo en sus manos y
rodillas. Había chocado contra un dinosaurio decorativo, tumbándolo y cayendo
con él, y sus manitas impidieron que se diera de cara contra el frío piso de
mármol. Es que hasta esa parte ya no llegaba la luz del exterior y Valentina se
había confiado en el conocimiento que tenía del sitio. Entonces decidió seguir
gateando hasta llegar a las escaleras y así las subió sin peligro, aunque sonrió
al imaginar lo que diría la gente si subiera así todas las veces.
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Cuando estuvo
arriba se dio cuenta que la música salía de un libro que habían dejado abierto
sobre una mesa de lectura; también se fijó en que allí entraba más luz que en
el primer piso, pero que no era tan bonita porque no se formaban los rayos por
ser las lámparas más altas que los árboles. Examinó el libro al derecho y al
revés; era un libro de músicas del mundo que tenía impresa la notación musical
de varias composiciones. Al cerrarlo, la música se silenció. Lo abrió otra vez
y comenzó a sonar una música de gaitas escocesas y después, en otra página,
pudo escuchar una solemne canción oriental; la cambió a una más alegre, del
Brasil, y dejó el libro sobre la mesa mientras se encaminaba a buscar otros
libros para ver qué salía de ellos.
Como era la sala de
adultos, las cosas que salían de muchos libros no pasaban de ser curiosas
formaciones de letras porque eran pocos los libros con ilustraciones. Sacó, con
mucho esfuerzo, y puso en el piso, un libro de zoología grande y pesado pero
que parecía tener muchas ilustraciones. ¡Qué susto! Lo que empezó a salir de
allí fue un cocodrilo que la miró con sus diminutos ojos mientras abría las
fauces llenas de filudos colmillos. Valentina se lanzó sobre el libro y lo
cerró a tiempo, ya que el monstruo apenas medía 30 centímetros . No
esperó a comprobar si iba a tomar su tamaño real que, según los documentales de
la televisión, era más grande que una persona y podía tragarse a un venado entero.
Bajó nuevamente al primer piso, con el corazón acelerado, llevando el libro de
músicas del mundo y alumbrada por otro librito que se llamaba “Diseños con luz”
y que trataba de los más creativos modelos de lámparas de la historia. Eligió
una muy linda hecha en acrílico translúcido de color rosado, su color favorito,
y la lamparita la iluminó en su aventura a partir de ese momento.
5
Lo que hizo
inmediatamente fue abandonar el segundo piso, que no le interesaba demasiado.
Tenía la lámpara, y sólo la apagó al pasar bajo la claraboya piramidal del hall
de exposiciones justo en el momento en que una estrella fugaz atravesaba ese
trozo de cielo. Ese hecho auguraba una buena aventura. Feliz por esa estrella
que logró ver oportunamente, recordó que había olvidado el libro de música y
regresó por él. Ya aprovisionada, se acomodó en uno de los cómodos sofás
modulares que hay a la entrada de la sala principal y, abriendo el libro,
escuchó una bella música andina; pero le pareció que lo mejor era escuchar música
y al tiempo ir leyendo otro libro con personajes e historias. Se desplazó por
las estanterías que tanto conocía y eligió varios libros que describiré a
medida que ella los vaya abriendo.
El libro que más le
había gustado siempre se llama El Circo del Mundo, y de allí salieron en
procesión festiva y ruidosa: payasos, contorsionistas, equilibristas sobre
caballos blancos, malabaristas, trapecistas y enanos divertidísimos, además de
una banda marcial tocando, al compás de cuya música se movió el desfile dando
la vuelta a la sala y entrando nuevamente en el libro. Lo importante es que las
figuras tenían la mitad de su tamaño original y por esta razón pudieron moverse
cómodamente por la sala, entre los pasillos que dejan las góndolas llenas de
libros. Enseguida abrió un libro con hermosas ilustraciones realistas en blanco
y negro, llamado Los misterios del señor Burdick; de allí brotó un
paisaje increíble: un bosque sereno y luminoso por el que serpenteaba una
corriente de agua cristalina entre rocas y árboles, en el que se encontró
sumergida sintiéndose rarísima porque mientras todo, luces, sombras, agua,
rocas y vegetación, era en tonos de gris, Valentina mantenía sus alegres
colores relucientes. Sobre una roca en medio del riachuelo descansaba un arpa que
imaginó dejada allí para ella. Se acercó cautelosamente y llegó hasta el
instrumento. Nunca había tocado un arpa en su vida pero recordó las melodías de
su marimba multicolor y tan pronto pasó sus dedos por las cuerdas brotó la
melodía más exquisita que había escuchado jamás. Se puso a pensar si así sería
el paraíso, aunque creía que debía tener colores en tonos pastel y ángeles
transparentes volando en vez de pájaros y mariposas. Se sentía feliz allí
cuando de repente escuchó crujir el ramaje a pocos metros de ella y se puso
tensa; su corazón se aceleró y retiró los dedos del arpa haciéndola silenciar.
Entonces apareció un hombre apoyado en un bastón, acompañado por un lobo. Se
quedaron un momento detenidos mirándola intrigados; pero después empezaron a caminar
hacia ella. Sintió tal terror que pegó un grito, dio la vuelta y salió
corriendo. Inmediatamente se encontró en la biblioteca de nuevo, con el libro
cerrado a su lado y diciéndose que no abriría otro libro que no fuera conocido,
pero pensando que tal vez los personajes eran amigables y no les dio tiempo de
expresarse, siendo ella la extraña en su mundo.
Prevenida por esta
circunstancia, abrió el libro de Gorila, pues siempre había querido conocerlo.
Gorila se sentó a su lado comiendo un banano y cuando Valentina le habló puso
su mejor sonrisa y le ofreció el resto del banano. Valentina lo recibió dando
las gracias, pero era muy poco y sólo entonces se dio cuenta que tenía hambre.
Gorila tomó a Valentina de las manos y la puso a girar en el aire a su
alrededor. La niña reía divertida diciendo ¡mas! ¡más! Pero Gorila se mareó
pronto, perdió el equilibrio y ambos rodaron por el piso en direcciones
opuestas, quedando tendidos mientras se recuperaban. Entonces Gorila trepó a
Valentina a sus espaldas y la paseó por la Biblioteca mientras
ella buscaba un libro muy importante en esos momentos. Lo encontraron en el
segundo piso, se llamaba: Recetas saludables en 5 minutos. Al abrirlo, se
desplegó ante ellos una mesa con muchos platos de comidas y bebidas que olían
delicioso, ¡y no faltaban los postres! Gorila encontró pocas cosas de su gusto,
pero algo comió, se bebió una jarra de agua y se tendió en un sofá a dormir
plácidamente. Valentina en cambio, pasó una hora degustando los platos más
exquisitos, sin perdonar un postre de helado con torta de chocolate. Pensó que
lo mejor era dejar en paz al pobre Gorila (también porque le podría pegar el
sueño) y cerró su libro, haciendo que la mesa con el resto de viandas se
desvaneciera al instante. Al quedar sola, se sintió un poco triste, pero no
tanto, porque la música que sonaba en esos momentos eran villancicos
tradicionales alemanes que alguna vez había escuchado en casa de un artista
amigo de la familia y que le traían el recuerdo más lindo de la Navidad.
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Valentina no sabía
aún leer el reloj, pero quería aprovechar el tiempo y, sin pensarlo mucho,
abrió un libro enorme que tenía en la carátula un parque de diversiones. Fueron
apareciendo en sucesión colorida y alegre: una rueda de Chicago, un tiovivo, un
tobogán con subidas, bajadas y túneles, y un gusano ondulante que se movía como
un tren por todas partes haciendo sonar su campana. En todos esos aparatos
montó y se divirtió en grande, pero el que más le gustó fue el tiovivo porque
tenía un unicornio que le fascinó con su cuerno cristalino y su trote que la
hizo sentir volando. Después de cerrar el libro y despejar el salón, descansó
unos momentos en la media luz rosada y abrió el siguiente libro: Alicia en
el país de las Maravillas, justo en la parte donde Alicia, la Liebre de Marzo, El Lirón y
el Sombrerero Loco toman el té bajo un árbol y Alicia exclama: “Cualquiera
podría decir que esta mesa es sólo de ustedes.¡Se nota que ha sido dispuesta
para ser ocupada por más personas!”. Si Lewis Carroll hubiera sido testigo,
habría puesto la cara de sorpresa que pusieron los personajes: de repente se
encontraban ante una intrusa que era una niña tan hermosa como Alicia y que
parecía ser su hermana menor; cualquiera pensaría que Alicia iba a sentir
celos, pero no; Alicia se alegró muchísimo de encontrar una niña normal en ese
mundo absurdo que se encontró después de su prolongada caída a través de la
madriguera por la que había desaparecido el conejo blanco, a quien ella decidió
seguir. Valentina y Alicia se pusieron a charlar de cosas de niñas mientras los
otros personajes hablaban de política, cosa que a ellas no les interesaba
mucho. Cuando terminaron de tomar el té, Valentina hubiera querido quedarse con
Alicia en el mundo subterráneo, pero se despidieron deseando buena suerte cada
una a la otra en sus respectivas aventuras y Valentina le prometió a Alicia que
siempre estaría con ella de corazón.
Ya un poco cansada,
Valentina escuchó que comenzaban a cantar los pájaros en los árboles cercanos.
Imaginó que ya iba a amanecer (en realidad eran las 4:30 de la madrugada y aún
permanecía de noche) y decidió abrir sus últimos libros a la luz de la lámpara.
Uno era un libro de adivinanzas y juegos, y el otro era un libro donde debía
buscar figuras escondidas en caóticas composiciones, animado por un personaje
diminuto llamado Monty. Monty era un ratoncito blanco que inmediatamente saludó
a Valentina con una venia y le pidió que le permitiera subir a su hombro para
poder jugar juntos. Monty le contó a Valentina que había escapado de un
tenebroso laboratorio científico donde mataban a los animales probando drogas y
procedimientos médicos en bien de los humanos, supuestamente. Valentina le
prometió que de esa noche en adelante defendería a los animales y lucharía
contra su sacrificio, encerramiento o esclavitud por parte de la gente. Monty
comenzó a leerle las adivinanzas y Valentina debería dar la respuesta. Al
final, habiendo adivinado sólo una, Monty abrió la página de las respuestas
ilustradas y aparecieron en montón desordenado todos los objetos que daban las
respuestas. Ya con esta ayuda terminó Valentina de elegir las respuestas
correctas a las adivinanzas. La que más recuerda, por su dificultad, decía:
¿Qué es aquello que puede cambiar de nombre cuando sale el sol? Y Monty se divirtió
mucho viéndola elegir respuestas equivocadas.
Jugaron a la
golosa, dominó, parqués, triqui, buscapalabras, estrella china y lotería de
animales. Valentina comenzó a bostezar de sueño mientras por la ventana se
divisaban los arreboles rosados del amanecer y ya volaban las aves buscando el
desayuno, pero aún quedaban dos horas hasta que abrieran la biblioteca.
Valentina prometió a Monty que llevaría su libro a la casa de vez en cuando
para jugar con él. Después de cerrar todos los libros, Valentina se arrebujó en
el sofá bien envuelta en su cálido chaquetón color de rosa y sólo se despertó
cuando en medio de lágrimas su mamá la abrazaba, rodeada por los empleados de
la biblioteca y por algunos desconcertados agentes del orden, enfermeros y miembros
de la defensa civil que creían que encontrarían a Valentina completamente
asustada y cansada de llorar. Valentina se levantó sonriente, se desperezó, se
despidió de todos asegurándoles que estaba muy bien y que había dormido toda la
noche teniendo muchos sueños bonitos, se puso su chaqueta y salió de la mano de
Carolina, su mamita, diciéndole: mami, ¿nos podemos llevar algunos libros? Di
que sí, mami ¡Por favor!
Autor: Jorge Zambrano Gaviria
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