Coincidencias Bibliográficas - Parte 2
COINCIDENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Parte 2 - El Príncipe
Román de Joseph Conrad
He estado leyendo
“El alma del guerrero y otros cuentos de oídas”, del gran escritor Joseph
Conrad, editado por Alianza; allí está el cuento “El Príncipe Román”, que narra
la historia de un príncipe de la realeza polaca que se une de incógnito, como
un campesino más, a las sublevaciones contra los imperios invasores; decisión
que toma después de haber perdido a su amada y joven esposa. Cae prisionero
después de años de lucha heroica y es condenado a trabajos forzados en Rusia, al
descubrirse su identidad; de Siberia logran rescatarlo por esfuerzo diplomático
cuando ya está viejo y sordo, entonces se dedica a la filantropía y a ayudar a
los exiliados que volvían a reorganizar su vida.
El lunes 5 de mayo
del 2.008, que en Colombia fue festivo no sé por qué, viajé a Cajicá a visitar
a la familia Cristancho Prieto. Cuando tomé el colectivo intermunicipal, me
encontré con un amigo de ellos que vive un poco más lejos de la carretera y al
cual nunca en mi vida lo había encontrado en circunstancias similares. Su
nombre es Román López. Iba acompañado por su esposa Briseida, y creí oportuno
mostrarle la coincidencia. Le mostré el título del cuento, “El Príncipe Román”
y le pregunté ¿Ha leído esto? Él se rió sorprendido y dijo que había leído
otras cosas de Conrad hace muchos años. Le hablé de “El corazón de las
tinieblas” y dijo que tal vez lo ha leído. No hablamos más porque su señora lo
reclama. Al bajar del colectivo en la entrada de “El Misterio” llovía, pero aún
así salimos del paradero y caminamos bien protegidos; hablamos generalidades y
nos despedimos cordialmente. Román es Diseñador de escenografías para
televisión y tiene su propia empresa en Bogotá, además tiene inquietudes
periodísticas y creó con otros amigos el periódico Monte Pincio en Cajicá,
aunque ya no trabaja en él. Es de mediana estatura, delgado, de piel blanca;
con un rostro que a pesar de los años y de su cabello largo y desordenado, cano
y escaso, y de su bigote “a lo mero macho”, es de aspecto bonachón y confiable,
casi infantil.
Cuando entro a la
finca de los Cristancho soy recibido con alegría por Óscar Alejandro, Alba
Marina, Ángela y la mamá. Los hombres de la casa están en los galpones
embalando pollos para despachar un pedido. Mientras tanto charlo con Óscar y le
leo dos artículos en la revista Mas Allá: “Abducciones: realidad o ficción” y
“El universo según el libro de Urantia”. Cuando llegaron los hombres, cansados,
nos saludamos y escuchamos los comentarios jocosos a las noticias serias en “La
Luciérnaga”, de Radio Caracol. Uno de los humoristas cuenta un chiste algo
técnico: dice que un señor le preguntó a la esposa: ¿Mi amor, tienes buena
memoria para las caras? Ella le dice que sí y le pregunta por qué; él le dice
que es que ahora le va a tocar maquillarse de memoria porque rompió el único
espejo que tenían. Malo el chiste pero inmediatamente recordé una frase del
cuento que estoy leyendo:
“- Está cambiado.
Parece mucho más viejo, pero estoy seguro de que es él. Tengo buena memoria
para las caras.” (Página 50).
Esta fue la segunda coincidencia. Se refiere al momento en que el príncipe es descubierto por primera vez por parte de uno de sus compatriotas, ya prisionero del enemigo y antes de ser enviado a trabajos forzados en Siberia debido al segundo reconocimiento que llamó la atención de los guardias y forzó su identificación.
La tercera
coincidencia sucede al final del cuento y se refiere a la sordera que padece el
príncipe debido a sus padecimientos y la descripción viva que de ella hace el
autor:
“Transcurrieron
veinticinco años antes de que, completamente sordo y con la salud deshecha, se
le concediera al príncipe Román permiso para regresar a Polonia.” (P. 57).
“El príncipe sabía
leer rápidamente las expresiones. Y volvió a hablar con el acento monótono del
hombre que hace muchos años que no ha oído su propia voz, para el que el mundo
sin sonidos es como una morada de silenciosas sombras.” (P. 58).
Es que por estos días estoy saliendo de una sordera
parcial que al principio me incomodó pero a la que finalmente me acostumbré;
incluso ya extraño los momentos de paz que me ofrecía en medio del tráfago de
la ciudad, acallado por mi sordera. Hubo momentos en que me sentía flotar
cuando caminaba por lugares tranquilos donde sentía doble paz. Lo único problemático
era no poder medir el tono de voz al hablar, teniendo que repetir a veces mis
palabras o recibiendo un regaño por gritar a la gente.
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