DIARIO DE LA CUARENTENA / Tercera parte
DÍA NUEVE – Sábado 28 de Marzo del año 2020
11:47. Hasta ahora está desayunando mi
mamá, porque se despertó a las 10:55. Qué bueno. Si Lucy hubiera estado aquí
–anoche fue a quedarse donde Jenny y Juan Pablo– le hubiera estado golpeando a
las 9:30 preguntándole “¿Mamá, está despierta?”; pero creo que en su mente la
pregunta es otra. Siempre con el temor, siempre con la falta de fe
y de lógica. Yo guardé la calma y esperé a que despierte por sí sola. Es que su
patrón de sueño está alterado. A su edad, 93 años, es lo menos que le puede
pasar. Está bien de salud en general. Y se levantó descansada y sonriente a la
hora anotada. Yo ya me había duchado, y pasé a servirle un tinto.
A las 5:15 me desperté esta madrugada por
el dolor de espalda. Tuve que reacomodar las almohadas y dormir casi sentado, ahora
sí mejor hasta las 8:50. Me levanté a las 9:15 y comencé mi rutina con un rico café
espresso.
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DATOS
DE LA PANDEMIA
LUGAR INFECTADOS MUERTOS RECUPERADOS
El Mundo 572.000 26.000 135.000
Colombia 608 6
Europa 313.801
Italia 86.498 9.134
España 65.000 4.858
Francia 30.000 1.995
China 81.340 3.292
Irán 2.378
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Este es mi primer informe oficial, tomado
de diversas fuentes noticiosas de comprobada seriedad. Durante el desarrollo de
este Diario de la Cuarentena, publicaré otras tablas de datos para que veamos
el avance mortal del virus a nivel global.
Tembló anoche en Santander, con
intensidad de 5,1 en la escala de Richter, y la onda sísmica llegó al centro
del país. Yo no lo sentí. A mí no me despierta ni un temblor. En el municipio
de Chía se rompió, a causa del
movimiento telúrico, un tubo de conducción de agua potable y ahora el servicio
está suspendido; pobre gente, en cuarentena y sin agua corriente. También se
fisuró –ay, como mis costillas– el
puente peatonal de Teletón. Mi teoría es que ambas cosas tienen que ver con la
fatal construcción de la Universidad de la Sabana en un área que era de reserva
natural estratégica, en un recodo del río Bogotá a su paso por Chía. Allí
construyeron los ingenieros coloniales, con total eficiencia y lógica, el
puente del Común, que se debe llamar así no sólo porque por allí pasó el
ejército libertador de los Comuneros al mando de Simón Bolívar en su ruta
triunfal, sino porque lo tendieron a una altura adecuada para que jamás lo
sobrepasara el nivel del río aún en las peores crecientes; o sea, lo
proyectaron con total sentido Común, mientras que las bestias que proyectaron
la Universidad, tal vez pagando sumas fabulosas por unas licencias que jamás
debieron obtener, levantaron la primera etapa a un nivel muy bajo, y en la
primera gran crecida del río por un fuerte invierno ¡se les inundó! Y tuvieron
que traer ingenieros expertos en ganarle terreno a las aguas, los cuales se dan
naturalmente en Holanda (llamada con justa razón los países bajos), para hacer
unos enormes terraplenes a lo largo de ambas riberas del río para encausar su
furia contaminada. ¡Y tuvieron el descaro de seguir construyendo nuevas etapas
de la Universidad los muy ambiciosos! (es que el negocio de la educación en
Colombia es pulpito, y el estado cohonesta con los voraces empresarios).
¿Quieren desafiar a la naturaleza? Esperen que ya les llegará su respuesta de
parte de la muy respetable aunque siempre vapuleada e irrespetada Pacha Mama.
Hoy llamaré a Óscar Cristancho, a Cajicá.
Es increíble, pero si yo no llamo, nadie de allá me llama, a menos que
necesiten un favor, claro. ¡Qué amigos! Expongo aquí sucintamente las razones
de fondo para tomar mi decisión de no volver allá, a la finca de la familia
Cristancho Prieto, a la cual duré yendo 40 años de manera natural, sin
compromisos, sólo por la amistad; en los primeros años, para pasarla bien, jugar
fútbol con todos o hacer tertulias con los amigos que frecuentaban la casa;
también a trabajar con Norberto haciendo tapetes publicitarios o diseño
editorial para revistas y periódicos de baja circulación; saliendo a bailar o al
cine con Rocío del Pilar y Alba Marina, o con Ángela cuando ya estuvo
grandecita; yendo a trotar o a excursiones con Norberto, Galo y Jaime, y a
veces con los sobrinos Daniel, David y Camilo; pero paulatinamente, en la
segunda mitad, entregándome desinteresadamente a colaborarles, a acompañarlos,
a cuidar y visitar a Óscar, a gestionar los medicamentos y suplementos
nutricionales para Óscar y el Sr. Cristancho, quien estuvo tan enfermo en los
últimos años, mientras que Óscar, con su nivel de discapacidad y delicada
salud, contaba siempre conmigo para que lo acompañara, le contara o le leyera
historias, lo alzara al menos un día a la semana para romper la rutina, lo
escuchara, y le ayudara a mantener un sano estado mental mientras a la vez daba
un breve descanso a los cuidadores habituales: Alba Marina, Norberto y la Sra.
Eudoxia. Y de reconocimiento: nada. Bueno, sí, desconfianza y problemas;
discusiones con unos y otras por mi forma franca de hablar, por mi forma de ser
y mis hábitos chocantes. De todos salvo a Luz Ángela, una muchacha mesurada y
discreta, tal vez un poco tímida para tomar las riendas de una familia que
necesita una buena conducción y coordinación, pero a la que ponen cuidado
porque no solo friega para que las cosas se hagan bien sino que trabaja sin
descanso para ayudar a la mamá en todos los oficios y el cuidado de los
pacientes y de los impacientes, y de la finca con sus gatos, gallinas, gallos,
patos y perros, y que utiliza el medio salario que gana –ayudándole a su
hermana Pilar, la optómetra, a administrar el consultorio– para tratar de
ahorrar algo, comprar mercado o salir con su mamá a dar una vueltica por Centro
Chía un domingo sí y otro no, cuando nadie más se preocupa lo suficiente por el bienestar de
esa heroica señora que a sus 85 años todavía trabaja para alimentar a sus muchos
hijos.
Preparé el desayuno escuchando Javeriana
Estéreo; maravillosas canciones para este bello día. El blues de Moody Waters
primero y la feliz canción “Here comes the Sun” de The Beatles. Marco también
se despertó tarde y a esta hora, 12:10, no se ha levantado aún. Se tomó un
tinto con pan, pero ya le avisé que hay desayuno.
Carlos vino a saludar a mi mamá, pero por
suerte no se demoró mucho, pues hay que prevenir la sobreexposición de ella a
virus y bacterias. Serví tinto para ambos. Ahora suena Pink Floyd en concierto
y yo me dispongo a afeitarme y ponerme a trabajar en otros diseños de muebles y
accesorios para ludotecas. Reflexión: ¿Qué relación habrá entre la moda de las
barbas en su pico más alto a nivel mundial y la pandemia del Coronavirus? Que
los genios averigüen, pero, mientras tanto, escribiré un artículo exponiendo mi
análisis. Será una pieza humorística, por supuesto.
Pero se alargó la pausa; son las 13:45 y
ya vinieron Jenny y Juan Pablo. ¡Nos dieron la sorpresa! Mi mamá se puso feliz
al verlos, y yo también, claro. Salí a sacar la basura porque la bolsa está a
tope. Me apliqué gel desinfectante después de dejar la bolsa en el contenedor,
y fui a comprar el pan para Marco. Llegué y subí la caneca para que se airee, y
lavé la tapa. Como Marco terminó de desayunar a las 12:45, lavé la loza y dejé
la cocina lista para el almuerzo. Mi mamá encontró buenas películas en el cable
de Claro y está feliz viéndolas. Salí a la tienda de la cuadra a pedir fiados
un litro de leche y un rollo de papel higiénico para el baño de arriba. Me
detuve al salir de mi casa porque hay dos personas en turno para comprar y el
señor Rodríguez sólo atiende por una reja como parte de las precauciones. Está
mi sobrina Erika, quien vive unas casas más allá, y un vecino que no conozco,
armados con tapabocas. Comenté la anécdota y todos reímos: ¡Hay fila para comprar
donde don Rodríguez, y me toca esperar para ir por mis cosas! (Es una de las
tiendas más pequeñas del planeta Tierra). Luego fui y me atendieron muy
amablemente. Éxito total, y sin exponerme.
A las 10:44 recibí una llamada muy
importante y bonita: me llamaron don Pablo Vanegas y su esposa Mariela, un par
de viejos muy queridos y especiales, padres de Henry Vanegas, que preguntaron
por la salud de todos, especialmente de mi mamá, y que prometieron venir a
visitarnos cuando pase el peligro del Coronavirus.
Marco prestó para pagar la factura del
gas y Jenny pasó a pagarlo cuando fue por unas impresiones donde Omar. Se
pusieron a hacer el almuerzo y yo me encerré a trabajar en los dibujos a mano.
Hoy no encendí el computador. Hice una sola salida en el día. Fui a la
panadería a comprar pan para hoy y mañana. Me hizo estremecer la forma en que
me miró la muchacha que atiende, una chica alta y blanca, de pelo negro y
grandes ojos cafés, con rostro redondo de mejillas arreboladas y cuerpo
armonioso y rellenito, muy Boucher
diría un crítico de arte, y yo soy un crítico de Arte, aficionado, pero
crítico. ¡Googleen! Françoise Boucher, pintor francés del siglo XVIII, del
ligero estilo rococó. Su pintura se basa enteramente en temas sensuales, y su
estilo refleja su visión ideal del mundo: un jardín poblado de ninfas. Pintor
oficial de Luis XV y mimado de la favorita Madame Pompadour, quien le sugería
los temas eróticos de sus cuadros. “Boucher pintó los más bellos y juveniles
cuerpos de mujer imaginables” (Extracto de Enciclopedia del Arte Salvat, de mi
biblioteca). A esa hora no había más clientes en el enorme local y, mientras
ella alista mi pedido, me dediqué a leer los avisos hechos a mano con marcador rojo:
“Informamos que según las normas no podemos atender más de una persona por
familia”, otro dice “Por favor, conserve su distancia”, y un tercero, pegado en
la reluciente vitrina cuadrada de vidrio templado que ocupa medio local: “Por
su seguridad no se apoye en la vitrina”. Estamos en cuarentena por una pandemia
y lo mejor es no olvidarlo. Bueno, sigo: la chica me entregó la bolsa y las
vueltas por el lado donde no hay vitrinas y quedamos frente a frente, a un
metro de distancia. Me miró fijamente a los ojos al decirme: “Aquí tiene,
vecinito” y me miró con cierta coquetería que no ha mostrado antes ni después.
Sentí el escalofrío y anoté mentalmente que esas miradas pueden llevar lejos.
Si yo fuera otro, ¡esa chica no sobreviviría a la cuarentena!
Almorzaron los demás, mi mamá, Jenny,
Juan Pablo y Lucy. Hicieron arroz con camarones. (“Gente fina”, diría yo
vacilando, pero nada dije porque estoy concentrado en mis diseños). Como
desayunamos tarde, Marco y yo no tenemos afán. Él sigue en su computador con
Internet, yo engolosinado con mis materiales de dibujo: un excelente lápiz HB
que me encontré en la Biblioteca Luis
Ángel Arango el año pasado, es venezolano y tiene estampada esta leyenda:
“Colegio santa María. Urbanización San Antonio. Teléfono 4155832. Caracas”. Un
lápiz llegado con los migrantes refugiados por millones en Colombia, huyendo de
un régimen que se dice socialista y democrático pero que ha generado una de las
mayores diásporas del mundo actual. Es de muy buena calidad, el lápiz, pero no
voy a gastarlo demasiado para poder usarlo en alguna obra de Arte que haré,
dibujando o escribiendo con él y luego pegándolo a la obra como testimonio. También
tengo un borrador de nata o miga de pan marca Pélikan que no mancha, y que me acompaña hace muchos años –a Juan
Pablo le encanta, y se lo presto cada vez que está aquí haciendo tareas–; y
tengo mi cuaderno argollado cuadriculado, de suave trazado y buen diseño de
página, con pasta dura en color verde limón plastificada, cortesía de ACE Seguros, la empresa donde trabajó mi
sobrina Jenny.
Mi mamá me dio una prueba del arroz, pero
a pesar de que le sacó los camarones, siento como si me estuviera comiendo un
ceviche completo. Así me pasa cuando como alimentos que contienen algo de
carnes de res, cerdo, pollo o pescado, pues mi paladar ya no tolera esos
sabores animales y los identifica así estén en mínima proporción. Si quiero
pasarlos, debo agregarles unas gotas de limón. Y quedan muy ricos los alimentos
con limón.
A ratos salgo a estirar las piernas y la
espalda, que me molesta un poco hoy, como si acabara de cargar un bulto de
cemento, y a mostrar los dibujos a quien quiera verlos. Sorprenden. Mi pulso
para las curvas está mejor que en mi juventud, pero no lo sabía, y el manejo
del detalle y la perspectiva no me dan pereza. Estoy seguro que voy a ganar
buen dinero con mis diseños.
Terminé una parte y fui a la cocina. Hice
arroz con fideos que quedó como para sushi, freí papas criollas casi al vapor a
fuego bajo, calenté las lentejas que aún quedan y saqué de la nevera la
ensalada para que se aclimate. También recuperé un plátano maduro casi negro
que ya tenía moho y que estaba en la canasta de mi mamá y Lucy. Salvé un 60%.
Lo tajé y lo frité en buen aceite a fuego alto, y quedó delicioso. Es de
resaltar que los integrantes de la familia Zambrano Gaviria nos defendemos muy
bien en la cocina, no en la alta cocina sino en la normalita del colombiano
promedio, pero progresamos día a día. Tal vez porque desde niños tuvimos que
hacerlo. Mi mamá se iba a trabajar, lavando ropas y cocinando para los
petulantes y desconsiderados ricachones, y nosotros teníamos que terminar de
hacer el almuerzo, o hacerlo a veces siguiendo sus instrucciones, y defendernos
con los oficios de la casa mientras ella llegaba, cansada y humillada pero
feliz porque nos traía, aparte de dinero para ayudas del diario, una pruebita
de los platos especiales que le hacían preparar (comida de ricos, la
llamábamos) y que degustábamos sin preferirlos a los nuestros. Mi papá, gran
cocinero ocasional, que trabajaba de noche en el Club Camucol dando serenatas
por toda la ciudad, preparaba unos viudos y sancochos de Bocachico suculentos,
sobre todo en la Semana Santa. De allí provienen, de Boyacá y el Tolima por los
orígenes de ellos, nuestras humildes dotes culinarias, de las que describiré en
otra ocasión las preparaciones más destacadas durante la época de nuestra
inolvidable niñez. Esta parte comencé a escribirla en mi libro autobiográfico
“Historias de La Granja”, que ya me gustaría tuviera el estilo del Fernando
Vallejo de “Los días azules”, pero es mucho pedir, y apenas tienen el tono de
estos diarios.
¡Ay, olvidé un delicioso jugo de piña que
está guardado en la nevera! Espesito, dulce y espumoso. Tomé aguadepanela de
sobremesa y reservé el jugo para mañana. Marco no almorzó; qué tal que no
hubiera. Comió como a las 10 de la noche. Este man si tiene más mañas que yo.
A las 17:18 llamé a Ángela Cristancho
Prieto. Me hizo el favor de pasarme a mi súper amigo Óscar. ¡Qué gusto
saludarlo personalmente! Se emocionó mucho al escucharme, al punto de no poder
seguir hablando. Pero sé que está feliz. Lo triste es que posiblemente no
volveré a verlo personalmente porque ya decidí no volver allá.
En otro descanso jugué una partida de
ajedrez con Juan Pablo, quien rogaba a su abuelita o su mamá que jugaran con
él. A ellas no les gusta, pero deberían jugar para apoyarlo en su deseo. Yo
salí y jugué con él. ¡No se sabe quién de los dos es más malo en este juego!
Bueno, yo, porque perdí estruendosamente. La matanza me dejó con el rey y dos
peones, mientras que a Juan le quedaron cuatro peones, un alfil y su rey. Llegó
Juan David y vio el final de la partida, después se subió con juan Pablo a
jugar en las tabletas. Yo me quedé con mis dibujos. Ni siquiera escuché música,
así de concentrado estaba. Escucho, sin ponerle atención, la música de los
vecinos, la que programa Marco en su PC o la que pone mi mamá en su radio
transistor, en Olímpica Estéreo, ¡Se metioooooooo! Ahora si veo el nivel
de mi necesidad de vivir solo, para poder dedicarme a mis proyectos, que no son
pocos, y a invitar a una que otra amistad a compartir de vez en cuando.
Veo que Juan Pablo está enredado con una
tarea de inglés. Lucy y Jenny, como es normal, en vez de solucionar, discuten y
me desconcentran. Entonces anuncio que tan pronto termine un diseño le ayudaré
a Juanpa con la tarea. Así acordamos, porque ya estaban llamando ayuda externa
para el tema, escribiéndole a Daniella Torres y a Paula Sofía Zambrano.
Comenzamos a trabajar a las 8 pm, pero tuvimos que interrumpir por “La Hora del
Planeta”, apagando las luces entre las 20:30 y 21:30. Apagamos a las 20:45 y
encendimos a las 21:40. Mientras tanto yo me recosté atravesado en dos sillas
del comedor, que son amplias, y me eché mi manta encima; Juan Pablo me
improvisó una almohada y hasta dormí. Pero antes subí con Juan a mirar el
paisaje. Hablamos un poco sobre el tema de la campaña de racionalización del
uso de energía. Nos sorprende ver la poca conciencia de la gente; solamente un
50% apagaron todas las luces en sus casas. Pero con que uno tenga conciencia
responsable ya es un comienzo. Algún día aprenderán, si no es a las buenas,
pues a las malas, como en la actual pandemia por el Coronavirus. Queríamos ver
las estrellas, pero hay pocas por la mucha nubosidad. (En el momento preciso
que escribo esto en el cuaderno Jet –11:47 del domingo 29– suena la hermosa
canción “Stars”, de Simply Red).
Dormí, desperté, tuve unos fuertes
espasmos en la espalda, en el punto crítico de las fisuras, y volví a
levantarme para seguir con la tarea. Dependía de un audio que no podíamos
reproducir, y de un libro que compartió la profesora por Internet; buen libro;
y de unas impresiones que trajo Jenny de donde Omar. Juan Pablo tiene más
talento para el inglés que el promedio de niños de su edad, pero se nota que no
le han enseñado bien; además la tarea es de un nivel más avanzado del que tiene.
Avanzamos intuitivamente y solucionamos una buena parte, pero luego celebramos
cuando Juan Pablo logró reproducir el audio, por medio de Bluetooth entre su
Ipad y el equipo de sonido Aiwa, y ahí sí logramos solucionar todo
satisfactoriamente. Ya casi es medianoche. Juan Pablo recogió todo el reguero,
refiló las hojas para pegarlas en el cuaderno y me dejó sorprendido con su
orden antes de subir a acostarse. Yo armé mi cama y me acosté, cansado pero
satisfecho, y apagué la luz después de hojear algunas revistas de moda.
Descansé maravillosamente.
DÍA DIEZ – Domingo 29 de Marzo del año 2020
Me levanto tarde, como es normal en esta cuarentena,
y estoy algo trasnochado porque anoche desperté varias veces por varios
motivos; unas veces por las ideas de Diseño que se me vienen a la cabeza; otras
veces despierto adolorido de la espalda o la cadera por estar mal acomodado.
Finalmente logro dormir a pedacitos y con una cantidad de sueños interesantes
que ya no recuerdo, sólo tengo la sensación que dejaron, como un perfume que se
aspira minutos después de que ha pasado la linda mujer que lo está llevando.
Recuerdo partes de un sueño que duró toda
la noche, sobre unos exámenes clínicos de mi mamá que tocaba reclamar en varias
instituciones y el problema de la cuarentena hace difícil reunirlos. Finalmente
hay uno que casi no me entregan sino hasta después de la cuarentena, pero lo
necesitamos urgentemente. Ruego a la enfermera que me atiende, y me lo entrega
por haberlo pedido de buena forma. Me voy contento a mi casa. Hay un entrevero
con otro sueño, pero cuando logro continuarlo ya estoy llegando a mi casa, en
una tarde de sábado, voy a buscar algo en el bolsillo pequeño del morral y un
viento repentino me hace volar todos los papeles. Ahí se va el resultado de
todos los exámenes. Dos niñas y un niño que juegan por ahí me ayudan a
recogerlos y no les agradezco suficientemente cuando vienen a entregármelos
porque no veo allí, entre todo tipo de papeles grandes y pequeños, los
resultados de los exámenes. Pero ahora recuerdo que los guardé fue en una
carpeta que va en el bolsillo grande posterior; entonces grito “¡Gracias!” a
los niños que ya van lejos corriendo; se voltean y se despiden con las manos.
Voy por la carrera 103 en Molinos de Viento. Los árboles botan flores y hojas
aunque hace sol y la tarde es bonita; no hay amenaza de tormenta, pero la gente
se está recogiendo por la cuarentena. Las calles están desoladas y yo me pongo
de repente feliz porque cumplí con los encargos.
Cuando despierto del todo ya está Lucy
empezando a preparar el desayuno para ella, Jenny y Juan Pablo. Todo está bien.
Sigo durmiendo. Al rato me levanto y ya son las 11. Salí a comprar unos panes que
encargaron y Lucy me regaló para los nuestros, pues yo no tengo un peso.
A la hora en que preparé mi café cerrero
ya han terminado de desayunar, Lucy ha trapeado y arreglado la cocina. Entonces
preparo mi desayuno y el de Marco; y le avisé para que pase a desayunar tan
pronto se levante. Desayuné bien y volví a acostarme, ¡y dormí!
En todo este lapso sin recoger mi cama y
volviendo a dormir, sentado cómodamente en el espaldar formado por la
estantería de los chécheres, adelanté diseños de muebles para las ludotecas. De
4:00 a 5:45 de la tarde hice algo que debí haber hecho hace días: instalé una
silla en la azotea, improvisé un escritorio con una vetusta silla ejecutiva y
un cajón que lleva meses a la intemperie, y me dediqué a escribir, leer, hojear
revistas de diseño y contemplar las nubes cambiantes en el cielo azul. Una
brisa fresca me acaricia, y la luna creciente alta y blanca navega sobre tres
nubes rosadas.
A las 5:50 pm calenté mi almuerzo. Me
senté ante mi escritorio mientras afuera en la sala juegan parqués Juan Pablo,
Juan David, Jenny y Lucy. Llegó un momento en que los niños se pusieron pesados
–juntos se vuelven cansones después de un rato– y Juan David se marchó.
Pilar Cristancho me llamó a las 18:16 y
hablamos como 10 minutos. Se me ocurre que fue Óscar quien le pidió que me
llamara. Por lo común no llaman a saludarme. Esta fue una excepción notable.
“Hay tres gallos” está diciendo Pilar
cuando contesto, y digo muy serio: “usted hablando de gallos y uno aquí con
esta necesidad”. Se ríe y me cuenta que es que está con Óscar y le cuenta lo
que ve por la ventana en el prado –aquí
confirmé mi teoría. “Esos gallos están buenos es para un sancocho”, digo yo
repitiendo lo que decía habitualmente el señor Cristancho. Luego pasamos a las
formalidades: qué han hecho, como están todos, especialmente su mamá, cómo les
va con la cuarentena, etc. Después me dice sin que venga al caso: “Ojalá algún
día podamos pagarle todo lo que ha hecho por nosotros, y por Osquitar”. (¿Será
que de verdad están pensando en darme algún día una buena recompensa?) Yo le
digo que no se preocupe, que ya lo que fue, fue, que ya murió así. Tal vez
estuvieron allá hablando del tema en estos días, a raíz de mi ausencia, pues no
voy desde 15 días antes de decretada la cuarentena. Me pregunta por qué hablo
así, tan definitivo, asustada como siempre, y yo le respondo que si luego no se
ha dado cuenta que ya todo se fue al carajo, que ha llegado el fin. Lo digo en
el sentido dual del Coronavirus y de mi viajadera a Cajicá para colaborarles. A
buen entendedor, pocas palabras bastan. En ese momento confirmé para mis
adentros que así va a ser en adelante, desde aquel primero de Marzo del 2020 en
que fui a su casa por última vez. Después de la cuarentena mi vida será
otra, y ya no seré el mismo pendejo que le servía incondicionalmente a todo el
mundo.
Ahora caigo en cuenta de otro detalle:
hoy es domingo, y por lo general los domingos, durante la mitad de mi vida, yo
estaba allá. Abandonando familia y amigos, posibilidades de descanso, de ir a
misa, a la Biblioteca, a hacer deporte o ver televisión, emprendía un viaje que
no siempre tenía ganas de hacer. Allá hacía oficio, mandados, acompañaba a
Óscar, lo alzaba para las comidas y le daba sus medicamentos. Y por lo general
regresaba a Bogotá en el último bus, pasando angustias y peligros cuando
llegaba tan tarde a mi casa, a veces sin haber levantado ni lo del bus, pues
sólo durante el último año había decidido cobrarles media tarifa de lo que
cobraría un cuidador profesional y no siempre me pagaban completo. Muchas veces
tenía que regresar a la finca y dormir entre el carro porque me quedaba del
bus. Era atroz el regreso a mi casa los domingos desde Cajicá, y no veo que
alguno allá se haya conmovido con mi esfuerzo. Es cierto que uno viene al mundo
para servir, entendiendo lo que nos enseñó Jesús, pero tampoco es que yo ande
sobrado de recursos como para andar invirtiendo mi tiempo sin que esto me
represente un digno ingreso económico al mismo tiempo.
Porque ¿quién me ha servido de todos
ellos? ¿Quién se ha preocupado por mis necesidades? Pues bueno, sí, dos
personas han hecho algo: Pilar prestándome dinero a veces, el cual le he pagado
siempre, en efectivo o con trabajo de papelería y servicios de mensajería para
su consultorio Óptima Visión; y
Ángela, quien me prestó $500.000 hace más de 2 años, al 3.5% mensual, intereses
que a duras penas le he pagado, pocas veces en efectivo y muchas veces
descontando de los servicios prestados a la familia, o de jornales cuando le
trabajé a ella. En estos momentos le debo 12 meses de intereses, o sea
$210.000. Onerosos los réditos. Pero la cuenta crece y me va a tocar cruzarla con
la recompensa que promete la Dra. Pilar y dejarlos que se arreglen allá el
resto como mejor puedan. También están las ideas para obtener ingresos de la
adecuación y venta de más de 2.000 frascos de vidrio en donde vienen las
compotas que se le dan a Óscar. Otro recurso en ciernes es el cromado y
tapizado de un sofá y dos sillones de los años 60, en bonita estructura
metálica rescatada de la chatarra, que pueden dar ganancia de varios millones. Igual
puede suceder con un portón enorme de madera fina que servía de pared al
depósito de cascarilla de arroz para el criadero de los pollos; es muy bonito,
y si se restaura quedará esplendoroso, y se le puede conseguir un cliente por
medio del Arquitecto o por Internet. En estos proyectos soy socio industrial y
generador del concepto.
La otra posibilidad es pedirle a Ángela
mi parte de las toneladas de chatarra que reunimos limpiando el lote y los
galpones durante dos años, trabajando yo a media tarifa, porque supuestamente
íbamos en sociedad para las ganancias. Sería justo, porque en esa dura labor
expuse mi salud, y las dolencias de espalda vienen en gran parte de esos
trabajos hercúleos.
Así que, con o sin recompensa: ¡Adiós,
Amigos!
DÍA ONCE – Lunes 30 de Marzo del 2020
(Resumen para luego ampliar).
Qué va, esto se quedó así porque ya me da
pereza ponerme a echar memoria y rescatar los detalles de un día muy agradable
y productivo pero que ya se quedó en resumen.
Me levanté a las 8:30. Hice tinto.
Trabajé en los diseños; estoy entusiasmado. Hice mi desayuno: huevo, queso, pan
rollo y café con leche. (Les debo la descripción del pan rollo). Seguí trabajando
acostado. Jenny y Juan Pablo tienen clase de matemáticas. ¡Y sacamos buena nota
en inglés! El trabajo fue enviado hace poco por Internet y la profesora ya lo
calificó.
Me duché tarde y tarde recogí mi cama.
Trabajé en la azotea por segundo día, con un clima magnífico. Juanpa subió a
despedirse y charlamos un ratico. A las 17:00 se fueron Jenny y Juan Pablo, muy
agradecidos por todo, y esperan volver pronto. Seguí en la azotea hasta las 6
pm, y bajé a almorzar. Marco, nada que almuerza. Mi mamá, bien. Le hago sus
inhalaciones. Viene Carlos y le sirvo un té mientras charla con Marco.
Yo sigo dibujando. Me faltan 3 dibujos y hago
uno en la mesa del comedor; otro en la sala, mientras llega la hora de “The
Walking Dead”. Fantástico episodio. Apago. Sigo con los dibujos. Falta 1.
Escucho “El Cartel Paranormal” de La Mega, con el tema de fantasmas. Me acuesto
y duermo OK.
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