DIARIO DE LA CUARENTENA / Quinta parte
DÍA CATORCE – Jueves 2 de Abril del año 2020
Otro día se fue, y para mi concepto es el
que más rápido se ha ido de toda esta cuarentena. Lo bueno es que volví a
plasmar en papel ideas interesantes. Son las 00:53 del viernes 3 de Abril y
escribo mientras escucho al guitarrista Ángel Romero, en el programa “La cuerda
pulsada: el Arte de tañer”, realizado por Cristina Novoa en la U N Radio. Bellísima música. Hago un
alto mientras leo un capítulo de la obra testimonial “A day after Roswell”, del
ex Coronel Philip J. Corso, del ejército de los Estados Unidos, quién trabajó en
el departamento de Investigación y Desarrollo haciendo ingeniería inversa de la
tecnología hallada en la nave extraterrestre siniestrada en el desierto cerca
de Roswell, Nuevo México, en la noche del 6 de Agosto de 1.947. Suceso que ha
sido desmentido desde el día siguiente a su difusión, pero el que año tras año
se ve rescatado por testigos civiles y militares que participaron de una u otra
manera en el descubrimiento de los restos y su posible traslado en secreto a
bases militares. El periódico Roswell
Daily Record, citando fuentes militares, titulaba el 8 de Agosto de ese año:
“Fuerza Aérea captura un platillo volante en un rancho en la región de Roswell”
y, 73 años después, tengo la sospecha de que la noticia era absolutamente
cierta. Apago todo y más tarde escribiré.
Ayer me levanté a las 9:30. Dormí
delicioso, a pesar de despertar varias veces durante la noche a raíz de mi
dolor de espalda, la que se resiente cuando duro demasiado tiempo sin cambiar
de posición. Pero dormí y descansé, aunque no me crean.
“No hay que desaprovechar una buena
crisis”. Citan en W Radio esta frase de Winston Churchill –Googleen, no les voy
a evitar el esfuerzo– a las 9:16 del viernes 3 de Abril, para reforzar la idea
de que de ésta tenemos que salir fortalecidos.
Sigo con lo de ayer: un desayuno rápido y
arreglar la cocina. Aproveché un chocolate que quedó del de mi mamá porque el
nuestro ya se acabó, y Marco dice que ya desayunó. Tampoco hay para el almuerzo
nada preparado, pero Marco preparará algo cuando Lucy salga del almuerzo de
ellas. No hay afán; entonces me dedico a diseñar.
Toda la tarde estuve finalizando el
dibujo de la estantería desarmable Puzle
de 16 cubículos; también el del ajedrez hecho con tubos de cartón del papel
higiénico; y lo mejor: diseñé tres esculturas en una serie llamada “Planeta
Tierra”, en donde el planeta está representado por una canica de cristal en
colores verdeazulados, deslizándose por superficies inclinadas que
irremediablemente la llevan a un abismo o a un punto muerto. Haré maquetas en
papel basadas en los dibujos. Diseñé al final un divertido modelo de mesa para
computador.
Almorcé a las 17:00. Marco hizo lentejas,
papas en chupe color marrón, arroz, pan, huevos y ensalada. Marco me dio dinero
para ir a comprar algunas cosas y fui a la tienda de los Peña, pero me preocupa
que Yolanda, una de las dueñas, tosa mucho bajo su tapabocas y ruego para que
no haya adquirido el virus. Da miedo.
Llegó la noche nublada y fría. Lucy llegó
de la calle diciendo que suba a la azotea a ver una luz extraña en el cielo,
hacia el occidente. Imagino qué es y lo confirmo cuando subo y veo al planeta
Venus enorme, amarillo y refulgente entre las espesas nubes grises. Parece
presagiar grandes cosas. Bajé y la tranquilicé, pero yo mismo quedé alterado
porque no recuerdo haberlo visto antes así. Debe ser un efecto atmosférico, y
además es el único astro que brilla esta noche en el cielo.
Toda la tarde escuché Javeriana Estéreo FM, el programa “Sin
Fronteras”. Hermosa música de la cual tomé nota; mucho Jazz y Blues alternados
con música del mundo. Mi mamá se sorprendió de lo duro que suena mi
desvencijada grabadora. Me encanta todo lo que tenga aspecto de chatarra tipo
depósito de segundas de Star Wars,
aunque a veces “me saca la piedra”, porque se le va el volumen, o se pierde la
emisora, o se desconecta sola, pero es un buen aparato de sonido que me ha
acompañado en las épocas más difíciles de mi vida. Y mi mamá lo dice porque
casi nunca la pongo a buen volumen para no competir con su emisora favorita, Olímpica Estéreo, ¡Se metiooooooo!, que
escucha en su transistor cuando no tiene encendido el televisor. Se encierra en
su cuarto; yo me encierro en el mío, y todos felices.
Hoy me llamó Ángela Cristancho, a las
18:33, para pedir orientación sobre el proceso para pedir el Pulmocare que le recetan a Óscar. Hace
un tiempo me pidieron los papeles porque ahora ellos se van a encargar y, como
yo soy el que lo pedí durante varios años, no tienen idea de cómo hacerlo. Pero
ahora, así me lo pidan, ya no volveré a reclamarlo. Poco a poco voy quedando
sin nexos con Cajicá. La última vez que nos vimos le entregué a Ángela una
autorización que estaba lista para reclamar el producto en la farmacia, pero
ésta ya se venció; pero además le entregué una impresión de la Fórmula Miprés
aprobada por el Ministerio de Salud y que alcanza para tres meses más. El
problema es que ese suplemento vitamínico con refuerzo especial para enfermos
crónicos de los pulmones, como lo es Óscar, sólo lo entregan en Bogotá, en la
sede principal de Compensar. Van a hacer la gestión para que se lo envíen a
domicilio o se lo entreguen en Chía. Son 90 tarros mensuales, que pesan mucho y
que tuve que cargar a pulso y en bus hasta mi casa para luego ir surtiéndoles
poco a poco cada vez que iba. Casi siempre las esperas en turno para pedir la
autorización o el suplemento duraban horas, y a veces no había el producto.
Aquí estaba de buenas porque ahí sí lo enviaban a domicilio tan pronto
estuviera abastecido. Pero hubo un lapso largo en que no lo aprobaron y a Óscar
le iba afectando la falta. Me tocó ir muchas veces, pasar cartas y
reclamaciones, pelear, rogar, y finalmente volvieron a entregárnoslo. Por eso
es un alivio que me eximan de esa tarea. Dios sabe cuánto sufrí para ayudar en
este proceso, pero me sacrifiqué con gusto para que mi amigo Óscar Alejandro
esté lo mejor posible de salud.
Es algo curioso: el año pasado me habían
quitado la tarea de reclamar los medicamentos POS, y eso que nunca dejé de
llevarlos a tiempo. Y este año ya me habían dicho que reclamarían el Rivotril, otro medicamento de alta
complejidad y costo, que sólo lo entregaban en la farmacia principal de Bogotá,
porque ahora lo reclamarían en Chía. Bueno, todo va saliendo a pedir de boca,
aunque temo que la razón no sea simplemente porque les da pena tanta molestia.
Ojalá en verdad les entreguen todo a domicilio porque allá no tienen tanto tiempo
para perder como supuestamente lo tenía yo.
Retomo. Son las 20:00 horas. Guardé los
materiales, cerré el cuaderno y me dediqué a ver televisión. Lucy ya subió a
ver una buena película en sus habitaciones. Hoy no quiero ver noticieros y más
bien veo History Channel.
A las 9 comenzó la 2ª parte de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte*
en el canal Sony. Fantástica y
emocionante película. La disfruté completica, acomodándome a cada momento en el
sofá por mi problema de espalda. Pero éste irá pasando poco a poco por auto sanación.
Imagino que a éstas alturas muchos estarán alarmados por la constante
descripción de mis dolores de espalda, pero no es tan grave, simplemente que
después de gozar toda la vida de un estado físico sobresaliente, de una
agilidad y una fuerza que se mantuvieron intactas hasta hace unos dos años, me
veo a cada rato afectado en mi movilidad por los dolores o los espasmos
repentinos. Y como ya hace 33 años que no consumo medicamentos sintéticos, sé
que a las molestias de salud las cura el cuerpo naturalmente, si se les da
tiempo y reposo. Si consumiera medicamentos para el dolor sería peor porque
expondría mi cuerpo a esfuerzos peligrosos mientras la lesión estuviera
sanando.
En un momento Lucy bajó y preparó maíz
pira para todos (pop corn o crispetas, como quieran llamarlo), delicioso y muy
apropiado para sentirse uno en Cine Colombia. Hoy terminamos con la exquisita
natilla que ayer preparó. La película me hizo emocionar hasta las lágrimas. Es
tan buena la historia, y tan perfecta la película que puedo verla muchas veces
y vuelvo a conmoverme, a sufrir y finalmente a gozar. ¿Será porque soy fanático
de la saga?
A propósito, las salas de cine de todas
las cadenas fueron los primeros comercios en cerrar de manera voluntaria por la
pandemia y eso me parece muy elogiable.
La película se acabó a las 00:00.
Comienza un nuevo día y, aunque no hay afán por hacer algo en especial, sí hay
muchas cosas por realizar. Por ejemplo, hace días que no paso estos diarios al
computador (Esto lo estoy digitando el miércoles 8 de abril, a las 20:51
horas). Actualizarlos para su publicación me va a costar un esfuerzo, pero al
menos hoy comenzaré.
Durante los pocos comerciales que hubo,
había transformado mi cuarto, y tan pronto terminó la película me acosté.
Disfruté un café con leche y galletas Dux
de mantequilla dulce que mi mamá me regaló. Sintonizo U N Radio y me dediqué a leer A
day after Roswell, como ya les conté, para verificar que el libro es
interesantísimo y que estoy mejorando mi nivel de inglés.
Dulces sueños.
DÍA CATORCE – Jueves 2 de Abril del año 2020
Hoy ha sido un día difícil. Son las 12:48
y hasta hace poco desayuné, con sólo huevo frito, pan y tinto. Y ya ha habido
dos conflictos: uno menor, por la romería de gente entrando y saliendo de la
casa a todas horas del día; y otro mayor, por un dinero que le está cobrando mi
mamá a Lucy. Mi hermana asegura que ya le pagó los $50.000 a principios de
Marzo y le pide a mi mamá que le muestre los “papelitos” –vales– que mi mamá
jura que no hicieron esta vez. Mi mamá le reclama que siempre es lo mismo y
ella de buena gente le vuelve a prestar, y que tampoco Érika, la hija de Lucy,
le ha pagado dos veces $20.000 que le ha prestado. Entonces vino el llanto de
Lucy porque para mi mamá ella y sus hijas son ladronas y en cambio la otra
gente a la que le presta sí es honrada; y luego la intervención de Marco para buscar
conciliar; pero mi mamá se sostiene en sus afirmaciones y Lucy diciéndole que
ella siempre le ha pagado y mi mamá ha desconfiado, y que por eso les hace los
“papelitos”. Pero eso no tiene arreglo. Entonces tercio yo –o cuaterneo, porque
ya había terciado Marco– para poner los
puntos sobre las íes de la manera más cruda e irresponsable: que mi mamá ya
está perdiendo la memoria y por eso hay que pagarle el dinero y no volver a
pedirle prestado. Además cuento que yo no le volví a pedir prestado porque en dos
ocasiones recientes me cobró dos veces pequeños préstamos que ya le había
pagado. Así fue, pero a nadie le dije porque no imaginaba que siguiera
prestando plata. Ahora se sumó a la debacle mi mamá en su cuarto lamentándose
decepcionada porque ahora resulta que ella también es ladrona y anda mal de la
cabeza, se persigna y dice “Ay, no, no, Virgen Santísima”. Ella tiene sus ahorros
de lo que le dan los hijos que tienen mejores recursos que nosotros –e incluso
otras personas que la quieren mucho–, y gasta poco porque también para los
gastos médicos y de alimentación aportan los que viven fuera de la casa. Los
que estamos con mi mamá aportamos el acompañamiento y el cuidado diario, Lucy
prepara los alimentos y organiza los asuntos médicos; yo le preparo el desayuno
en ocasiones y reclamo sus medicamentos, y todos nos turnamos para no dejarla
sola y charlar con ella para que tenga una vida agradable. Y así vive contenta.
Pero este problema de la plata creó ahora un sisma. Ya no quiere recibir el
almuerzo que prepara Lucy y a mí no me dirige la palabra, con justa razón. Y
Lucy tuvo que irse para donde Jenny. Qué vaina. Aconsejo a todos que esperemos,
que con los días se le pasará el enojo y volverá a estar todo como antes, pero
que eso sí: hay que pagarle su plata. (Ya le pagaron $50.000, y está volviendo
a determinarme y a pedirme favores con cariño. Marco se ha consagrado a
atenderla mientras tanto, porque Lucy sigue exiliada.)
Ese día siguió así la escena: yo callado
ya preparando mi escaso desayuno, después de haber ofendido por punta y punta,
y Lucy pidiendo la cocina para fritar las mojarras para el almuerzo de ellas.
¡Rica cuarentena con mojarra frita y una casa llena de conflictos!
Marco mientras tanto por allá arriba
examinando por qué ahora la lavadora llena tan lentamente, y desde cuándo. ¡Pues
desde cuando él mismo contrató a un maestro chambón para hacer ese arreglo
chambón de demoler el lavadero viejo e instalar uno nuevo! Ese dizque “maestro”
que no dejó desagüe en la poceta ni en la zona de lavado de ropas; que dejó
para la salida del agua sucia de la lavadora, optimizándolo, el mismo sistema
improvisado pero efectivo que yo había inventado hace como un año; que medio
tapó la huecamenta que había con una zamurria arenosa que permanece soltando
polvo per secula seculorum; que dejó peor de incómodos todos los
espacios como si no hubiera suficiente campo, siendo casi de juguete el
lavadero que se instaló, y que no hizo una simple plataforma para que mi mamá,
que es muy bajita, se pare cuando va a lavar alguna prenda a mano, dejando en
cambio el mismo tronco “lunanqueto” de
toda la vida al que me toca apuntalar con palitos y cartones para que no vaya
un día mi mamá a accidentarse en medio de semejante improvisación. Lo único
válido de la chambonada fue que se eliminó el mal olor que salía del sifón
¡Claro, tapándolo cómo no iba a funcionar el mal arreglo!
Ah, caramba. Ya me desahogué, y no sólo
eso sino que me sentí escribiendo como Fernando Vallejo –Googleen– cuando contaba
sus penurias con la obra de restauración de Casablanca La Bella. Lean el libro
para que se diviertan y se instruyan, porque aquí no van a conseguir lo uno ni
lo otro.
A estas alturas ya Marco destapó la manguera; y en mi casa la leve tempestad va calmándose.
Colombia: 1.267 contagiados, 25 muertos
–11 en Bogotá–, 55 recuperados del Covid-19. Francia: 588 muertos hoy, para un
total de 6.507 por el Covid-19. Italia: 5.000 nuevos contagiados, más 766
muertos en las últimas 24 horas.
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Tengo que seguir contando muertos porque
este es un relato de la cuarentena por el Coronavirus que está matando miles de
personas diariamente en el mundo, y si no contamos muertos vamos a creer que
estamos de vacaciones y nos coge desprevenidos el maldito virus.
13:14. Están que le pegan duro a la
música de Diomedes Díaz en Olímpica Estéreo, en viernes de vallenatos de oro.
Es que mi música no es la única que debo reportar acá; aunque no es la música
que sintonizo habitualmente (mientras digito escucho a los Van-Van de Cuba).
Diomedes y similares me encantan para parrandear. Son históricas las rumbas
vallenatas que me he pegado; y hasta me sé las letras de la mayoría de clásicos
del vallenato, y algunas del vallenato llorón y el de la nueva ola. Se goza
sabroso. (“Oye, Joselina Daza, lo que dice mi acordeón: yo no sé lo que me pasa
con mi pobre corazón”; y otro verso: “Pobre Alejandro Durán, dejó su tierra
querida, y se fue pa’ Patillal en busca de Joselina, Ay, hombe”.) Bonita
música.
Para que la gente reaccione, hice dos
avisos tamaño carta con el siguiente texto en rojo y negro:
“FAVOR NO OLVIDAR
QUE ESTAMOS EN CUARENTENA.
1. Planifique una sola salida diaria para hacer
compras y gestiones bancarias o de salud.
2. Use tapabocas si está tosiendo o
estornudando ocasionalmente.
3. Desinfecte su ropa, manos y cara luego de
regresar de la calle, pues en la calle es donde está el mayor riesgo de
infección.
4. Busque o invente un pasatiempo para no aburrirse en el encierro.
5. No difunda noticias alarmistas o dudosas para no generar pánico.
¡Hágalo por
su salud y la de su familia!”
Pero ya se me ocurrieron algunos ajustes.
En unos días elaboraré otros. Ahora iré a bañarme. Juan Pablito llamó a mi mamá
para saludarla y eso la animó mucho y la calmó un poco, porque está que echa
vainas y anuncia que comprará sus cosas y hará su propio almuerzo. Marco tuvo
que prepararle un changua y convencerla para que se coma la mojarra que ayer
rechazó, con el argumento de que esa mojarra se la mandó Érika y no la compró
Lucy, y que además la mojarra no tiene la culpa.
Creo que lo mejor será instalar mi mesa
de trabajo en la azotea. Y me anima que Eduardo me dijera que pase por $30.000
que me va a prestar. Eduardo Celeno es el ex marido de Lucy, quien se pensionó
hace 20 años por su trabajo como empleado civil en las fuerzas militares. De su
unión nació Érika Alexandra en 1976, y su nieto común es Juan David, de 12
años, hijo de Érika y Juan Carlos Buitrago Marín, nacido en Apartadó, Urabá
antioqueño.
Trabajé arriba un buen rato, hojeé
revistas y luego me armé de tapabocas, me desinfecté y pasé donde Eduardo por
el dinero, donde Leidy a ayudarle con algo y a la tienda por algunas cosas, y
se acabó el dinero, prácticamente; pero quedé tranquilo para seguir trabajando.
¡Gracias, Eduardo!
(Son las 23:30 y suena una de las más
hermosas y felices canciones que he escuchado en mi vida: Ring my bell, de Anita
Ward. Pertenece a la época Disco y hace parte esencial de mi banda sonora; por
ahí tengo guardado el sencillo en 45 rpm que compré hace décadas. Va a tocar
comprar un equipo con casetera y tornamesa. Los han vuelto a fabricar.)
DÍA DIECISEIS
– Sábado 4 de Abril del año 2020
10:15 am. Miro otra vez el reloj del
celular y decido levantarme. ¡Ya va siendo hora! Estoy despierto hace un buen
rato, pero llevo como una hora entretenido recordando mis sueños.
El primer sueño era que yo iba en la
cabina de un jet 767 Boeing compartiendo con los pilotos. Es de noche* y vamos
llegando a Bogotá. Jugamos cartas, tranquilos porque está puesto el piloto
automático. Les llamo la atención en medio de las risas y las copas que chocan;
entonces me dicen que si quiero tome el mando del avión, que es muy fácil. Lo
tomo, pero entonces veo que ya estamos rodando en tierra en unos campos de los
alrededores de Cajicá. Cambio de escena; ahora la nave es una avioneta Cessna para seis pasajeros, y yo estoy
solo. Parqueo la nave en el patio de una finca luego de arrasar parte de su
tejado, tumbar la ropa de las cuerdas, espantar unas cuantas gallinas y hacer
alborotar a los perros. La gente salió de la casa; un viejito, su esposa y dos
muchachitos. Los perros se aprestaron a atacar al intruso, pero cuando me bajo
de la avioneta y me ven, se ponen felices y saltan alegres a lamerme la cara;
son Choky y Choka, los perros bonitos achocolatados de la familia Cristancho.
El señor se presenta como el alcalde y me ofrece hospitalidad. Entro en la casa
y como un tentempié. Los chicos curiosean en la avioneta y suben a la cabina.
Se prueban mi gorra con gafas de seguridad, mi chaqueta de cuero, mi bufanda y
mis guantes, y juegan a pilotearla. Los chicos son Daniel y David, los nietos
de los Cristancho. Después de comer, salgo y me pongo a empujar la avioneta,
con ayuda de los chicos, para sacarla a la carretera. Se despiden cordialmente
desde la puerta y me piden que vuelva. Me voy tumbando postes, tejados y
cobertizos, y curiosamente la gente sale a saludarme al pasar, como a un héroe
de guerra. Llego así a la finca de los Cristancho Prieto y parqueo la avioneta
en el prado; ahora sólo es un avión monomotor de combate, con cabinas
individuales para piloto y artillero. Me despojo de mi uniforme y todos quedan
sorprendidos al verme llegar, ya que yo había prometido no volver. Lo que son
los accidentes de la vida. Entré saludando normal. Aquí no están los perros
porque están en la otra finca, pero sí pululan gatos, gallinas y patos. Llego
al cuarto de huéspedes que es la habitación donde me quedaba los primeros
tiempos. Ángela me saludó efusiva, Alba Marina bufó al verme llegar, y Norberto
no me saluda pero me dice “espere que ya le caigo y hablamos”. Me siento en una
cama grande que perteneció al papá, el cual murió el año pasado, y me tomo un
jugo que Ángela me trajo. Entonces entra el Sr. Cristancho con Óscar alzado.
Óscar, que tiene 46 años y nunca ha caminado, apenas me reconoce; está dopado
por los medicamentos relajantes. La Sra. Eudoxia pasa y apenas me saluda con un
“cómo le va” que me duele. Está enojada porque los abandoné. El Sr. Cristancho
pregunta por mi vida y enseguida me pasa a Óscar para que lo alce; no pensaba
volver a alzarlo, pero al señor Cristancho nada se le puede negar. Al rato
llega Norberto. Todos se han ido, y se llevaron a Óscar. Yo le pregunto a
Norberto cómo le ha ido con el negocio y si al fin va a darme la recompensa que
me prometió por varios años de servicio. Me cuenta que no pudo terminar antes de
la cuarentena y nos toca esperar. Yo intuyo que ya no veré esa propina y mejor
me despido, me subo a mi avioneta y emprendo vuelo para Bogotá.
Lo más sorprendente es la extensión y la ilación
perfecta del sueño. La cuarentena está sirviéndome para retomar mi oficio de
soñador. En otras partes de este Blog encontrarán varias narraciones fieles de
“Mi libro de Sueños”, antología de mis mejores sueños.
(*) “De noche y de día te amo, de noche y
de día te extraño, de noche y de día te llamo. Soy muy feliz”. Suena esta
canción de Guayacán Orquesta mientras digito juicioso en Jueves Santo.
Volvamos a la realidad: son las 11:07 y
suena una bonita canción en Amor Estéreo
104.4, es “Mi pequeño tesoro”, de Presuntos
Implicados. Me sorprendo porque Lucy hoy sintonizó esta emisora y no la
habitual Olímpica o Tropicana. No debe andar para fiestas porque está de
disgusto con mi mamá. Ayer no quiso recibirle el almuerzo que le preparó y Lucy
anda muy dolida. Para desahogarse dice que es que en Semana Santa a mi mamá
siempre se le alborota el diablo. Uff, son palabras pesadas que por suerte dijo
casi para sí misma. Marco le dio el desayuno a mi mamá a las 9:45 y ahora ella
está durmiendo.
Me levanté bastante tarde. Con decir que
a las 12:45 hasta ahora estaba desayunando, luego de un buen duchazo en el baño
del tercer piso. Carlos vino a charlar con mi mamá, pero no me acerqué por
allá; subí* directo al baño cuando salí de mi cuarto. Armando me llamó y
hablamos 22 minutos. Es que mi mamá se está bañando y preciso Armando la llama
siempre cuando ella no puede contestar. Armando trata de quejarse de la
situación, pero le cuento que conozco personas que no tienen ni para comprar
una libra de arroz, que no reciben salario ni pensión, y tienen que aguantar
física hambre. Lo dije para calmarlo, pero es cierto, y a alguna de esas
personas he podido ayudar en este confinamiento. Cuando mi mamá salió del baño
le avisé a Armando, quien vive en Medellín con su esposa Amalia, y ahora están
hablando animadamente. Héctor Armando es el segundo hijo del matrimonio
Zambrano Gaviria, el más juicioso y exitoso, ya jubilado y pensionado, sin
demeritar el esfuerzo y los logros de mis demás hermanos. En cambio yo soy,
como dice una balada, “el poeta, el loco, el más pequeño y aventurero”, y
espero tener un día la suerte que todo un pueblo cante mis versos.
También hablé como 15 minutos con Mimo,
el hijo de Armando, quien en realidad se llama Wilmer, pero a quién el nombre
que le dio cuando bebé su hermanito Christian se le quedó como el nombre
oficial. Mimo sí vive en Bogotá, por allá en el sector de Cedritos, con su
esposa Rubiana, una joven venezolana con quien hace una bonita pareja. Le había
marcado temprano porque anoche me soñé con él y con varios sobrinos más, y
siempre que sueño con alguien es porque sé que es hora de llamar a esa persona.
Lo contaré de una vez.
El sueño es continuación del de Cajicá.
He salido de allá en mi avioneta y aterrizo en el Aeropuerto El Dorado. Meto la
avioneta a un hangar enorme y salgo a tomar un bus del Sistema Integrado de
Transporte Urbano, SITP, de color azul. El aeropuerto y la ciudad están
desiertos por la cuarentena y llego en cinco minutos a casa de mi hermana
Patty, su esposo Fredy y mis sobrinos Daniella y Santiago, en el barrio
Castilla. Pero la casa no es la actual sino el apartamento dúplex que tuvo
armando en Galerías. Allí están reunidos muchos de mis sobrinos, incluso Juan
David y Juan Pablo, y está Diego Felipe con sus consolas, es el hijo de Marco,
pero rara vez nos visita. Primera y segunda generación juntas. Mimo y Christian
han organizado una reunión para jugar con todos los juguetes tecnológicos
viejos y nuevos. Desde consolas de Atari y Nintendo hasta Xbox y PS4, y
superhéroes robotizados, autos con control remoto, drones, etc. Juan Pablo me
pide que le arregle su Street Fighter y así lo hago. Es un personaje como de 50
centímetros, programable, con su respectiva nave y armas. Arreglé varios
juguetes de los niños más pequeños. Sus tesoros. Resulté un experto. Y Mimo
tiene un personaje hecho en metal y plástico, con inteligencia artificial,
llamado Manowar, como el grupo de Death Metal. El robot posee armamento
sofisticado, voz propia y una gran capacidad de salto y acrobacias. Es el mejor
de todos, y es de última generación. Propongo a todos que organicemos una
exposición con todos esos juguetes, en un recinto ferial y cobrando la entrada.
Todos están de acuerdo y se anima más la reunión mientras Fredy y Patty
reparten refrescos y pasabocas. En ese momento despierto.
Luego de desayunar corregí algunos textos
en el computador, y comencé a leer “Odio”, otro de los relatos de Arthur C.
Clarke, pero sólo leí la introducción porque siento que ayer estuve demasiado
tiempo ante el PC y necesito aire. Subo a la azotea y encuentro un clima excelente.
Entonces me instalé debidamente para pasar allá el resto de la tarde.
Finalmente Lucy no pudo con la tensión entre ella y mi mamá y se fue para donde
Jenny y Juan Pablo. Volverá el lunes, según me contó Marco. Ah, vaina. Pero lo
único cierto es que a mi mamá se le pasará la rabieta y todo volverá a estar
como antes.
Leidy Johanna me llamó para pedirme que
le regale algo para prepararse una changua. Le digo que pase pero en unos 15
minutos. No pasó. Llamé y llamé a sus dos celulares (no tiene recursos pero
tiene dos celulares y dos gatos. Son las ironías de la gente). A las 15:50
hablé con Magdalena, la mamá, y me cuenta que es que se quedó dormida. Al rato
vuelve a llamarme y me dice acelerada que ya viene para acá; le pido que me dé
10 minutos –porque tengo que terminar un diseño– y ella está tan acostumbrada a
que se le dé gusto inmediatamente, que pasó solo cuando volví a llamarla. Yo seguía
en la azotea. Dibujé y estudié una revista de Living Deco, fabulosa. Luego hice dos diseños. No son copias sino desarrollos
propios inspirados por lo que veo. Recalco esto porque hay un “amigo” que
considera que nada de lo que hago es original. Diseñé un sofá en metal y
cojinería de espuma forrada, estilo Art Deco, y un sillón para mi línea Puzle desarmable, en MDF con cojinería
abullonada. Unos vecinos pusieron buena música salsa en El Sol Fm Estéreo. Después tomó el control otro vecino y puso
baladas en español. Vi acercarse a Leidy y bajé a entregarle algunos
ingredientes para su changua y unas monedas que me quedan. Y descansé por fin.
Subí un tinto de los corrientes para disfrutar del ambiente: hace un sol
delicioso y una brisa fresca. Ojalá no amanezca con la nuca quemada. Contemplo
el cielo azul con sus nubes blancas pintadas de gris por debajo lo que les da
unos volúmenes agradables.
Son las 16:40. En unos minutos bajaré a
almorzar. ¡Lo mismo que ayer! Pero hay comidita, qué carajos. En el ejército me
tocó aprender a sobrevivir con lo que haya, poco, repetido o viejo.
17:26. Ya leí varios artículos de la
revista. Interesantes planteamientos de los diseñadores franceses Ronan &
Erwan Boulleron, quienes trabajan para grandes firmas como Vitra, Habitat o
Ligne Roset; por ejemplo que “un buen diseño tiene más que ver con la belleza
que con la funcionalidad, porque lograr lo primero es más difícil que lo
segundo”. Ya es hora de bajar porque se puso a hacer frío. El cielo luce por el
oriente unas grandes nubes superpuestas, de esas blancas con gris que ahora se
acumularon en masas horizontales, las cuales, teñidas levemente de oro por el sol
del ocaso, parecen olas pulsantes que suben como respirando, con bancos de
espuma en sus lomos a la hora de la pleamar. ¡Y eso que no conozco el mar!
Sobre mi cabeza han pasado por lo menos
20 palomas volando bajo, en distintos momentos, y me gusta el eco rumoroso de
su aleteo. Por lo visto estoy en la ruta de aprovisionamiento de varias
colonias; mientras que los aviones brillan por su usencia. Su ruta comercial
sur norte pasa sobre nuestro barrio, distinta a la de salida de aviones del
cercano aeropuerto, que es por el oriente. Pero el aeropuerto está cerrado, y lo
único ruidoso hoy en el cielo fue un helicóptero de la policía que sobrevuela
la ciudad pregonando con altavoces las normas de confinamiento por el
Coronavirus. De película.
Pero hoy vi demasiada gente circulando
por la cuadra. ¡Irresponsables de mierda*! Se exponen ellos y exponen a la
comunidad con su reto al virus. Creen que esto es un simulacro, y si se les
mete el virus y los manda al hospital ahí sí chillarán y prometerán cuidarse,
cuando ya es demasiado tarde, como le pasó a franceses, italianos, españoles y
estadounidenses. Creo que en Colombia, sobre todo en la mayor parte de Bogotá,
hemos tomado las cosas en serio.
DÍA DIECISIETE
– Domingo 5 de Abril del año 2020
Dormir hasta las 10:10 no es moco* de
pavo, pero así lo hice. Dormí mis ocho horas reglamentarias, porque apagué luz
y grabadora a las 2:00 y me dormí casi enseguida. Estuve hasta cerca de esa
hora digitando la segunda parte del Diario y escuchando deliciosa salsa en
“Laúd en su salsa”, en Laúd Estéreo –qué bonito nombre–, emisora de la
Universidad Distrital Francisco José de Caldas, acompañado de un café expreso
grande que me obligó a no tomar hoy del mismo, sino un tinto corriente, para cuidar
el hígado. Antes de dormir leí un poco sobre Alquimia, y descubrí que cada vez que
uno lee un texto de Alquimia puede encontrar una clave. Me da temor fabricar la
Piedra Filosofal, de la cual ya tengo algunas claves, pero me consuela saber
que sólo a las personas evolucionadas espiritualmente les resultará bien la
fabricación de tal prodigio, pues un poder tan grande –la capacidad de fabricar
oro a partir de metales ordinarios y la medicina universal o elíxir de la larga
vida– en manos equivocadas es tan peligroso como una ametralladora, cargada, en
manos de un niño. El elíxir podría curar inmediatamente el coronavirus, pero al
tiempo podría permitir que Vladimir Putin y Donald Trump, por ejemplo, o Álvaro
Uribe Vélez y Nicolás Maduro, para no ir tan lejos, vivieran eternamente, cosa
nada deseable para el género humano.
Volví a tener sueños, pero no tan
coherentes – ¿o sí? – como el de la
avioneta. Recuerdo mi búsqueda de un tapete pequeño y sucio que había olvidado en
algún supermercado. Estamos en cuarentena, y a cada rato me encuentro por el
barrio a una señora sin tapabocas que me pregunta por su marido, creyendo que
soy amigo de él. Preguntando de mercado en mercado, al fin encontré el tapete
en una tienda de verduras, o “líchigo”, que ya no existe y en cuyo local hay
ahora un bonito restaurante. El dueño hasta lo lavó y lo secó para
devolvérmelo. Y afuera estaba la señora, bajita y bonita, que me preguntaba si
sabía a qué horas había cerrado el negocio su esposo. Yo le digo que a las 2 en
punto, y que se ponga el tapabocas porque va a coger el virus. La señora se
aleja tranquila, y me dice coqueta que entonces allá me espera.
También soñé que mi hermano Omar, Raquel
y las niñas se querían trastear y yo les ayudaba a conseguir cliente para la
casa. Pero muy pronto volví a su casa a decirle que tenían que mudarse ya
porque tenía dos compradoras, las cuales de una vez entraron a mirar la casa.
Quedaron encantadas y decidieron comprarla; pero no era la misma casa donde
viven sino una pequeñita, pero bonita y muy comercial, en la esquina
suroccidental del barrio.
Otro sueño de cuarentena: estoy a la
entrada de un enorme supermercado, esperando turno para entrar, con mi
tapabocas puesto y mi bolsa de compras. Tres niñas y dos niños inventan juegos
y se divierten sin enterarse de lo que pasa a su alrededor; inclusive están sin
tapabocas, y no deberían estar en la calle. Tienen sus uniformes del colegio:
saco de lana gris sobre camisas blancas, pantalón o falda y zapatos azules,
medias blancas. Tienen entre 6 y 9 años. Al principio me molestan porque se
cruzan en la fila y tropiezan con la gente, pero después me fijo en sus juegos
tan originales y en sus bellos rostros y me pongo a pensar cuánto ha favorecido
a la especie humana el cruce genético entre distintas etnias. Los contemplo
pensando “¿Sobrevivirán estos niños? Son el futuro de la humanidad”. Al rato
llega una señora representante de alguna casa distribuidora. Está elegantemente
vestida, pero es fea y amargada. Su nariz es enorme y bulbosa, y su piel blanca
pero fofa. Es el pasado, me digo.
11:11. Hora sagrada, a mi entender. Cada cifra
representa un extremo de la cruz de Cristo. Por casualidad casi siempre
consulto el reloj del celular a esa hora, y entonces me persigno y rezo un
Padrenuestro. Tal vez acabo de inventar una nueva costumbre que muchos
practicarán en adelante; y no se imaginan lo que pueden producir muchas*
personas haciendo una oración al mismo tiempo en distintos lugares pero unidos
espiritualmente. Hagámoslo pidiendo que se extinga el Covid-19.
A las 10:15 Marco le dio el desayuno a mi
mamá y le hizo las inhalaciones. Ahora ella va a dormir su primera siesta del
día. De milagro desayunó temprano y me dejó el desayuno listo. Después de
desayunar, subí a ducharme (que sí, que mal hecho) y me puse a trabajar en la
digitación de los diarios, pues no voy ni en la mitad.
14:44. Acabo de salir de la ducha.
Contemplé un rato las nubes, que están preciosas, y bajé a encender el
computador para ponerme a trabajar. Desayuné a las 12:00, con chocolate mogolla
integral en sándwich con huevo frito, calentado de lentejas y papas fritas. Lo
hice viendo “El precio de la Historia” en History
Channel. Un programa siempre interesante en el que uno aprende mucho, y se
divierte con las ocurrencias de sus protagonistas. Por la noche creo que veré
noticias. Además hoy es la serie de Alienígenas
Ancestrales y, en la radio, el Cartel
Paranormal de La Mega. Omar pasó por Marco y se fueron a hacer compras.
Marco hizo mercado de verduras y Omar compró para mi mamá una pechuga de pollo
adobada, carne de res y queso fresco. Mientras tanto yo estuve juicioso: limpié
bien la estufa eléctrica, que tiene dos hornos, tres fogones y alacena; es muy
bonita. La de gas la tenemos al pelo. Barrí bien la cocina y puse a hacer el
arroz, sólo sofriéndole cebolla en el fondo de aceite, preparando aparte el
agua con la sal, y agregándole un sobre de caldo de Gallina Maggi desmenuzado,
que les encanta, pero que lo paso porque apenas tiene rastros de gallina
sintética.
Mi mamá se bañó, y cuando salió le serví
un tinto, sin hablarle porque estamos bravos. Marco llegó con las compras y se
iba a poner a hacer el almuerzo a su estilo, pero mi mamá le dijo que así no le
gustaba, y le tocó dejarse dirigir por ella. Yo me como lo que prepare, así no
sea de mi total agrado siempre, pero con mi mamá la cosa es a otro precio; o es
como ella quiere, o “cabras no dan leche” según su dicho tradicional. Como Lucy
está quedándose estos días donde Jenny, nos toca atender a mi mamá y darle
gusto.
Resulta que Omar le mandó los $50.000 que
le debe Lucy, pero Marco, para ayudar, dijo que los había mandado Erika. Ahora
se complica la cosa porque Erika también le debe, supuestamente. Y mi mamá se
pregunta: “¿Será esta la plata que me debe “la Lucy”? Porque esa no tiene
plata, y Erika menos. ¡Quién sabe qué maromas harían por allá!”. Digo a Marco
que lo mejor hubiera sido decirle la verdad, pero Marco piensa que así suaviza
las tensiones entre ellas, y en algo ha mejorado la situación. Ya volvió a
decirle a Erika “mi chinita” cuando la llamó hace poco. Al mediodía Carlos
subió a extender ropa, pero no lo pude atender bien porque estoy sirviendo mi
desayuno, Marco está bañándose y mi mamá está durmiendo su siesta.
19:00. Acabo de subir a la azotea a
recoger una ropa que tengo extendida. El cielo está hermoso. No hay nubes en lo
amplio de la bóveda celeste, sólo unos cúmulos bajos al norte y al oriente. Se
ven pocas estrellas, pero al menos hoy Venus no está solo; y la luna está
llegando a su fase llena. Bajé pronto porque hace frío y no me conviene. Esta
tarde me atoré con la saliva al hacer un movimiento brusco y desde entonces he
tosido varias veces, y me quedó resentida la garganta. También he moqueado un
poco, Y, preciso, al bajar me dio resfrío y estornudé tres veces. Me desinfecto,
me pongo otro saco de lana encima y retomo la digitación de las notas de los
días nueve y diez. Espero ansioso el bloque de “Alienígenas Ancestrales”. A las
19:45 dejé hasta ahí porque estoy cansado. Llevaba mucho tiempo sin trabajar
con tanta constancia. Estoy mejorando mi estilo, creo. Amplié con buenas notas
lo escrito ya. Lo importante es que salga coherente, agradable y natural. La
cuarentena nos impone disciplina. El resto del tiempo soy tan inquieto y
callejero que no puedo trabajar con continuidad regular. En esta tanda solo
tuve el intermedio de la limpieza de la estufa y la hechura del arroz.
Luego llegó la hora de almorzar, pero
esperé hasta las cinco de la tarde. Delicioso el almuerzo. Habichuelas con
huevo, arroz, ensalada, papas blancas con cilantro y el jugo de piña, que
estaba demasiado dulce y fuera de eso lo combiné con un pan Marcelino, de
corazón dulce, pero estuvo bien. Quedé muy satisfecho. No hay que ser
desagradecido.
Y vuelta a trabajar, escuchando algo de
noticias y algo de música, pero estoy muy concentrado y no les pongo mucha
atención. Y afortunadamente ya se me calmó la molestia en la garganta. Apago el
computador y me acomodo en el sofá de la sala a ver Alienígenas. La familia de Omar y la de Patty hicieron
videoconferencia con mi mamá. Estuvo feliz hablando con todos y saludando hasta
a los perros, pero le entró un acceso de tos y no pudo hablar más. Marco los
despidió. Aprovecho para contar sobre mis hermanos menores, Omar el siguiente a
mí, nacido en 1965 y Patricia, la menor, nacida en 1.968. Patty es actualmente
Docente Distrital de primaria que trabaja con niños de difíciles condiciones
sociales. Está casada con Fredy Torres Cañón, gran persona y excelente esposo,
técnico industrial autodidacta de relevancia internacional, padres de Iván
Santiago y Daniella María, ya grandecitos y exitosos; el niño, Chef; la niña,
Decoradora Interior. Su perrito se llama Dobby. Omar se graduó como Ingeniero
Químico en la Universidad Nacional de Colombia (Patty se profesionalizó por su
cuenta, ya con los hijos grandes, en la Universidad Los Libertadores). Omar
contrajo nupcias con Aída Raquel Forero, gran matemática y música aficionada,
quien ya tenía dos hijos de una unión anterior, Miguel Ángel, excelente
fotógrafo, e Iván Darío, Físico, matemático y músico; buenos muchachos, que ya
levantaron vuelo. Omar se encauzó como jefe de producción en la industria del
calzado, rama que ocupó Armando primero como Contador y Subgerente, en
Macanguro, donde mi cuñado Fredy trabajaba ya, en la que incluso Lucy trabajó
unos años, y hasta yo, como publicista; y ha vuelto a ser llamado a trabajar a
una gran empresa del ramo después de más de cinco años durante los que trabajó
como asesor nada menos que con la Asociación que aglutina todo el sector. Con
Raquel tienen dos hijas: Angie Juliette, de 20 años, la segunda vegetariana de
la familia, estudiante de Veterinaria, y Paula Sofía, de 17 años quien acaba de
graduarse de bachillerato y está en trámites para entrar a la Universidad. Su
perrito se llama Max. Me siento orgulloso de mi familia. Sólo sentándose a
hacer un recuento como éste cae uno en cuenta de lo mucho que ha luchado para
conseguir una estabilidad y dejar en alto nuestros apellidos.
Comenzó el programa; el tema: los
misterios de Stonehenge. ¡Estaba tan bueno que me cogió el sueño! En serio
estaba bueno, pero yo estaba agotado. Y ese calorcito bajo la manta, y yo bien acomodado
en el sofá… Desperté una hora después.* La espalda me dolía por haber estado en
una sola posición. Pero me reacomodé y pude disfrutar sin molestias el programa
“Lo inexplicable”, con William Shatner, el protagonista de Star Trek. Muy bueno
el programa. Especiales breves pero completos y en el sitio de los hechos
sobre: el bosque de los suicidas en Japón, la excursión de la muerte en Siberia
en la cual murieron de manera atroz y extraña nueve expertos montañistas, un
parque de diversiones maldito en Estados Unidos, una casa poseída por el mal,
por allá también.
Mi mamá tomó café con leche y un pan
antes de dormir. Tenía algo de tos pero le pasó más tarde. Luego un capítulo de
Alienígenas sobre “el alimento de los
dioses”; lo que supuestamente comen los extraterrestres, y lo que comen los
seres humanos que pasan largas temporadas en el espacio, y cómo mejorarlo para
ir a otros planetas. Todo partiendo del caso de un campesino, Joey Simonthon, a
quien en 1.961 –año en que nací– unos seres salidos de una nave de otro mundo
le dieron unas muestras de lo que comían, que resultó ser una hojuela de
cereales comunes en la tierra, pero en la que no se hallaron rastros de sal.
Interviene Whitley Strieber, el autor casi mítico para mí de Communion, libro sobre las abducciones
de humanos por seres extraterrestres que ha vendido millones de ejemplares, y que fue base para una película homónima en 1989. Jamás imaginé
llegar a conocerlo.
Este programa lo vi ya sentado y bastante
relajado. Me puse a preparar la cama y luego seguí las noticias de la pandemia,
en CNN y France24. También vi en diferido la maravillosa y emocionante misa del
Domingo de Ramos desde la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. El Papa
Francisco está viejo y cansado –camina cojeando– pero su semblante es sereno y
respira santidad.
A las 23:00, aguadepanela con pan rollo,
y después* acostarme. Gran historia de un viaje al Paraíso por un oyente de La
Mega.
Continuará...
Nota del autor: por motivos ajenos a su voluntad, y por la cuarentena decretada, el autor no sabe cuándo publicará las siguientes entregas de este curioso diario. Gracias por leerlo.
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