HOMENAJE A UN PERRO


HOMENAJE A UN PERRO


Tenía planeado viajar a Cajicá temprano, pero me salieron varios asuntos que me estaban haciendo pensar en cancelar el viaje. Hubo que diseñar e imprimir volantes y afiches para la campaña de mi sobrino-nieto Juan David, de 4 años, que es candidato a Personero en el Jardín Infantil Manitas Creativas. Además salí tarde a trotar al parque San Andrés y regresé al mediodía, cansado y dispuesto a darme un largo duchazo con agua tibia. Pero me llamó Pilar desde Cajicá a comentarme que murió Hans, el perro enrazado de Bóxer que pertenecía a Daniel, su sobrino. Ahora estaba al cuidado de ellos en la finca desde que Daniel y su familia se vinieron a vivir a Bogotá. Pilar quiere que los acompañe a las honras fúnebres del cánido amigo muerto.

Tomé la decisión de ir, así sea tarde y no alcance a llegar a la triste ceremonia. Entonces me llamó Ángel, otro amigo de Cajicá, para pedirme que si voy a Cajicá pase primero por su casa para ayudarle con una publicación en Facebook, y para traer la cuenta de cobro que le llevaré mañana a la Constructora.

Después de bañarme e improvisar un almuerzo, escaso pero nutritivo, salí a tomar el bus alimentador de Transmilenio. Eran las 4:10 de la tarde y había sol, nubes y viento. Llegué al portal del Norte y me subí inmediatamente al colectivo intermunicipal que va para Cajicá-Capellanía y que estaba a punto de salir. Logré descansar rico en ese cómodo vehículo, ya que no lo pude hacer en el Transmilenio porque iba bastante lleno y tocó ceder el puesto a las damas y a los viejitos. Yo no lo estoy tanto, a pesar de mis 51 años, porque todavía puedo trotar 12 kilómetros cada semana y hacer gimnasia intensiva. ¡Pero necesitaba sentarme un ratico! Hasta dormí plácidamente.

Llegué donde Ángel, en el pueblo, y él ya me esperaba en el Café Internet al que habitualmente vamos. Hicimos rápidamente la gestión (publicar unas bonitas fotos con etiquetado a varias personas y comentarios bien elaborados, que tuvieron inmediata respuesta) y fuimos a su casa para recoger la cuenta de cobro que llevaré mañana a la Constructora. 

Ángel me llevó en su camioneta a la finca de los Cristancho y Alba Marina nos salió a recibir. Norberto no está y Ángel habló con él desde mi celular para acordar una cita la próxima semana. Me pagó de antemano la vuelta y me dio para el transporte una manotada de monedas que tenía en una gaveta de su carro. Cuando se va, Alba me cuenta que todavía no han sepultado a Hans; en la parte de atrás de la finca los sepultureros están terminando de hacer el hueco.

Entro a saludar a Óscar Alejandro, mi amigo más importante, al que no debo dejar de visitar porque él no puede visitarme a mí. Permanece postrado en la cama por culpa de su cuadraplejia causada por una parálisis cerebral que padece desde que tenía 18 meses. Lo abrazo y le pido que me perdone por llegar tan tarde y porque voy a ausentarme a participar en el entierro de Hans. Está de acuerdo. Mientras tanto se quedará con su papá que siempre le conversa agradablemente. Don Clemente me encomienda decirle unas palabras a Hans, que fue su amigo fiel. Él no puede ir porque ya cayó la noche y el sereno le afecta a los pulmones. Me voy contento porque Óscar queda bien acompañado y yo participaré en el sepelio del perro Hans, e incluso ayudaré en lo que  pueda. Además soy el representante de uno de los dolientes.

Pilar y Alba Marina me acompañan hasta el sitio del entierro, ubicado entre los dos galpones grandes de atrás, al otro lado de la montaña de guano y cascarilla de trigo que sacan de la crianza de pollos y lo venden a los agricultores de la región. La escena es fantástica: alumbrados por una potente linterna, sostenida por una bonita muchacha que debe ser la esposa de Daniel, trabajan con palas y picas Daniel y su padre Edgardo que han abierto una fosa de 50 centímetros de ancha, un metro de larga y otro de profundidad (95 centímetros calculé cuando Alba preguntó su hondura). El cielo aún conserva algo de claridad en el poniente, y un degradado de amarillo a azul oscuro sirve de hermoso fondo para las primeras estrellas y las nubes escasas de formas alargadas iluminadas por debajo. En el cénit reina Orión y la primera frase que digo en Honor a Hans es: “Murió Hans bajo el signo de Orión, no podía haber mejor momento para subir al cielo de los perros, si es que lo hay”. Daniel me presenta a su esposa y me parece muy buena persona. Jaime se acercó por otro lado. No ayudó a abrir la fosa porque dizque está “jodido” de un tobillo. Las perras pastor alemán rondan y se acercan a oler el cuerpo del amigo muerto. Lucas le ladra al cadáver de Hans, pues siempre fueron enemigos y ni en este solemne momento lo perdona. Lucas, enrazado de french poodle, es el perro más feliz del mundo para mi concepto, pues después de haber vivido encerrado, limpio y mimado durante un tiempo en el apartamento de Pilar, su esposo y su hijo en Cajicá, se vino a vivir a la finca y ahora vive sucio, peludo, libre y dichoso revolcándose con perros y perras de la vecindad, con unos peleando y con otras amándose. El motivo de su enemistad con Hans era la pelea por ser el macho dominante, ¡y el enano le cascaba al gigante!

Alba Marina propone decir una oración por Hans, pero yo le recuerdo que los animales no tienen alma ni vida espiritual, ya que no trascienden como nosotros luego de la muerte, hasta donde sabemos. Lo que hacemos entonces es recordar su vida y su nobleza: nunca atacó a los dueños ni a los vecinos, casi no ladraba, siempre se tendía al lado cuando uno se sentaba en el prado a descansar. Yo recuerdo que se echaba prácticamente encima mío cuando me recostaba a tomar el sol, pero era muy pesado y me tocaba retirarlo. El señor Cristancho, que poco comparte con los perros, a Hans lo soportaba y hasta lo quería. Le dí a Hans su mensaje de agradecimiento por ser un perro fiel. Cada uno recordó algún episodio de la vida del perro o algún detalle de su carácter. Finalmente Edgardo lo agarro por las patas con las manos enguantadas y lo lanzó a la fosa. Su cuerpo ya presentaba rigor mortis, y despidió un olor nauseabundo cuando fue levantado de la carretilla. No cupo en el fondo y quedó con las patas levantadas. Edgardo lo acomodó con la pala y comenzamos a echarle tierra. Ahí fue donde yo trabajé fuerte. Daniel y Jaime ayudaron a devolver la tierra al hueco. Fue rápido. Apisonamos bien la tierra y todo quedó concluido. Al día siguiente le pondrían piedras encima para evitar que los perros escarben para desenterrarlo. Alba Marina insiste en humanizarlo: le pone flores blancas encima y pide que le hagamos una cruz, y otra vez yo la contradigo: ¡los perros no son cristianos!

Emprendemos el regreso alumbrados por la linterna, llevando todas las herramientas y hablando todavía de Hans, el perro noble y fiel, que ya no nos acompañará más. Ojalá haya sido feliz la mayor parte de su vida porque en sus últimos días sufrió mucho. Murió de cáncer a la piel, una enfermedad muy común en esa raza bóxer. Descansó por fin Hans. Paz en su tumba.









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