DIARIO DE LA CUARENTENA / Séptima parte
DÍA VEINTICUATRO – Domingo 12 de Abril del año 2020
/ Pascua de Resurrección.
(Qué atraso tan macho. Hasta ahora, 23 de
Abril a las 14:00, me siento nuevamente a digitar. Pero con ganas y tiempo a
uno le rinde. Ya estoy nivelado física y espiritualmente, y no hay obstáculos a
la vista que entorpezcan mi labor.)
A las 00:28 apagué el computador ese
domingo 12.Y me dormí escuchando bella música de piano en Javeriana Estéreo,
con Maurizio Pollini como solista invitado; es un virtuoso especializado en
música contemporánea, sobre todo en Alban Berg, Schoenberg, Webern, e incluso
Tchaikovsky. Por ahora suenan las variaciones para piano, opus 27, de Anton
Webern.
08:51. En la oscuridad de mi habitación
estiré la mano y bajé el celular para mirar la hora en su pantalla. ¡8:51! Hoy
sí dormí como Dios manda. Sólo dormí como siete horas, pero lo hice de chorro,
como diría un maestro de obra, o continuas como diría una persona más formal.
“En la eternidad del continuo espacio-tiempo,
el cuerpo de nuestro héroe pasó siete horas desconectado. Su organismo se
relajó y dejó de consumir energía casi totalmente, sumergiéndose en lo que los
humanos llaman comúnmente sueño, y que no es otra cosa que un viaje espiritual
a lo más profundo de su cerebro y a otras dimensiones y universos. En este
estado, mente, personalidad y conciencia pueden acceder a diferentes realidades
en niveles distintos de la existencia, donde él mismo puede entrar y salir a
voluntad si tiene creencia y se ejercita debidamente, y en donde la materia es
un simple accidente ondulatorio en la masa “hojaldrada” de los superpuestos
campos de Higgs, constituidos por los esquivos bosones descubiertos
recientemente por la ciencia, pero que es un avance más en el entendimiento de
la conformación del Universo. Allí, en la otra realidad de los sueños, puede
ser él mismo o camuflarse en otro ser vivo; y puede acercarse a Dios y sentirse
como él hasta donde puede ser posible, o viajar al Paraíso y gozar alguno de
sus aspectos, o compartir con los seres angélicos y saber cuánto nos aman y nos
cuidan. Aquí, y sólo aquí, tiene el ser humano acceso a la verdadera realidad y
al futuro, y escapar de la velada realidad de la existencia humana.
En la semioscuridad del vasto espacio
divisó la sombra de unas naves suspendidas ante lo que podía ser una nebulosa
fabricando estrellas en el centro de una galaxia, o la silueta de las
gigantescas torres de una ciudad abandonada por una civilización post humana,
en un planeta a punto de ser devorado por su propio sol.”
Al abrir bien los ojos noté que lo que me
llevó a fantasear con esas lejanías eran unas pilas de libros que reposan sobre
mi escritorio y que tapan un poco la luz del día que con esfuerzo se filtra por
las pesadas cortinas azules de la sala. Mi estudio se transforma por las noches
en una cómoda habitación en donde me podría dedicar toda mi vida a soñar.
“Mi oficio es soñar” decía de vez en
cuando nuestro incomprendido héroe, y si por soñar pagaran lo que valen los sueños
aquellos que no sueñan o algunos vacuos científicos, banqueros, pastores religiosos, o líderes
industriales, nuestro sufrido héroe tendría más dinero que Bill Gates, César Castellanos
y Richard Branson juntos, sólo para nombrar a los millonarios más rápidos
del oeste. ¿Pero para qué vender los sueños si la riqueza mayor es
tenerlos? Que se los roben. Nunca se agotarán en las almas de los Aventureros
del Sueño.
Por ahora toca ver a qué oficio más
rentable podría yo dedicarme después de esta crucial cuarentena que acabó hasta
con el nido de la perra, que por suerte no tengo, o si no…
Podría dedicarme al oficio de escritor…
(Se oyen risas al fondo).
09:51. Entre que escribí mi historia
basada en los sueños y me tomé el café expreso que me preparé ya pasó una hora;
pero no creo haberla desperdiciado. ¿Y a quién le importa? ¿Cuántas personas
entre quienes me conocen sufrirían si yo pierdo una hora? Como para
traumatizarse: a nadie le importa, a nadie le afecta. ¡Buaaaaaaa! Después del día que viví ayer casi todo
el tiempo metido en la cama, con la luz apagada escuchando música maravillosa,
y que a nadie le importó, pues la vida en la casa continuó igual, no queda sino llorar a gritos. Marco y mi
mamá se defienden perfectamente sin mí; hicieron buen almuerzo y comieron
contentos; y yo en mi protesta silenciosa e incomprensible, consumiendo una
rabia sin motivo real, sólo porque sí, regresando a mi adolescencia y
demostrando que no he madurado. Pero aun así feliz y sabiendo que, aunque
parezca, ayer tampoco perdí el día.
10:30. Mis vecinos han estado dando la
lata con su música. Buena salsa, por suerte, pero ayer la tuvieron hasta bien
entrada la noche; hoy la apagaron un rato al mediodía, continuaron un rato y al
final la suspendieron del todo. Me entré a bañar arriba. Hace un sol
espléndido, pero mi mamá fue la que más lo aprovechó, sobre todo por la tarde;
corrió sus cortinas y tomó el sol pleno, y eso le hace bien para potenciar el
efecto de las cápsulas de Vitamina D3.
11:20. Hoy retomé mis actividades como si
nada. Hago mi desayuno: huevo perico, papa salada de ayer, tajada y frita,
arepa antioqueña asada y chocolate. A las 11:45 apagaron la música mis vecinos.
Me senté a desayunar en la sala, viendo la retransmisión de la Misa de
Resurrección desde el Vaticano. El cansancio vital del Papa Francisco es conmovedor,
y me sorprende ver cómo ni siquiera puede exteriorizar sus emociones. Si no
fuera por la magnificencia del escenario y la sencillez rutilante de la
ceremonia acompañada por sublimes cantos y oraciones profundas, la Semana Santa
hubiera sido muy aburridora; pero en conclusión, para mí, ha sido una de las
más emocionantes y provechosas de la vida.
Nada más hay escrito de este día. Me
dediqué a lo religioso, a escuchar música y a descansar. Hablé con Marco y con
mi mamá nuevamente. Almorcé tarde, pero bien. Todo estuvo bien.
(Lo siguiente lo relato movido por una
nota que encontré, tomada del programa mencionado, y me parece importante
porque esta es una de las mayores influencias en mi vida emocional.)
20:00. Marco me avisó de una entrevista a
J. J. Benítez en el canal Red+. Él sabe de mi interés por este autor del cual
tengo varios libros en mi Biblioteca. Lo que sí disfrutó Marco varias veces fue
ver unos capítulos en DVD de la serie televisiva de Benítez, llamada “Planeta
Encantado”, una gran producción investigativa sobre los grandes enigmas de la
humanidad. Pude ver la entrevista completa, y me parecía una hazaña que Esteban
Cruz la hubiera conseguido, porque J. J. prometió no volver a dar entrevistas
ni ruedas de prensa, y remite a la gente a sus docenas de libros. Pero era una
entrevista del 2017, no por esto menos importante e interesante. Aún le
quedaron muchísimos casos sin investigar en el tema OVNI y de misterio, y
enunció dos sorprendentes en Colombia, como para que los investigadores procedan
a tomar su lugar y acudir a documentarlos. A raíz de las investigaciones sobre
los milagros religiosos, por ejemplo la imagen de la virgen de Guadalupe, o las
apariciones marianas en Fátima, o el enigma del manto de Turín, terminó
orientando sus pesquisas a la vida después de la vida, la verdad sobre Dios y
su hijo humanado y las experiencias cercanas a la muerte. Más cuando, a raíz de
su interés en la persona de Jesús, recibió –asegura él– una enorme cantidad de
información clasificada sobre un viaje en el tiempo a la época de Jesús y
comenzó su más exitosa saga: “Caballo de Troya”, compuesta por diez tomos, de
los cuales he leído ocho y medio hasta este momento. Son muy provechosos, bien
escritos y emocionantes, pero también muy controversiales; prohibidos por la
iglesia católica.
DÍA VEINTICINCO – Lunes 13 de Abril del año 2020 /
de Pascua
09:06. Desperté definitivamente, porque
ya había despertado a medias a mirar la pantalla del celular para verificar la
hora, a las 7:05. Los muñecos de mi sueño me dijeron “ya dormiste suficiente,
exactamente 134 minutos”. Había mirado la hora entre dormido y luego seguí
soñando con cientos de muñecos con vida propia. Las cosas que pasaron no las
recuerdo, pero yo era una especie de “Kent” en el mundo de Barbie, lindo, pequeño y de plástico, pero actuando como en el mundo
real. Lo más curioso es que este mismo día apareció en el piso de mi habitación
una bota texana de Barbie en plástico dorado; izquierda, de 5 cm de altura.
09:46. Luego de cumplir mi rutina de levantarme,
subir al baño del tercero porque el del segundo está ocupado, preparar mi espresso
y degustarlo sentado en la cama escuchando W
Radio, procedí a echar lentejas entre agua para el almuerzo. En la W,
entrevistan a un ex presidente ecuatoriano para escuchar su punto de vista
sobre el pésimo manejo de la pandemia del Coronavirus en su país. La política
del asunto. Y más noticias sobre el tema que unió al mundo.
Debo arreglarme y desayunar para ir a
Compensar por medicamentos de mi mamá: vitamina D3 y Sacubitrilo - Valsartán.
10:30. Estoy listo para desayunar. Lucy
llama y pide que, ya que voy a Compensar, lleve los papeles de la cita de
Audiología de mi mamá para reprogramarla, porque hoy la canceló telefónicamente
en vista de que por estos días no se deben movilizar las personas de edad
avanzada.
Desayuné charlando con mi mamá. Menú: Dos
mogollas integrales un poco secas, en sándwich con huevo frito tipo vaquero del
oeste, para equilibrar las mogollas, acompañadas con chocolate en leche. Nada
más. Poco pero delicioso. Lavé la loza que salió, más una olla de antier con un
guiso de pescado fermentado (olvidaron guardarlo en la nevera), y también mi
cafetera francesa.
12:00. Listo para salir, pero previendo
una larga permanencia fuera de la casa, decidí entrar al baño. Marco se queja
ante mi mamá por la música de los vecinos Chacón. No me parece, y así se lo
digo. Mi política es: o hago algo directa o indirectamente para acabar con la
molestia, o dejo de quejarme y me mentalizo para no ponerle cuidado. Una de las
opciones es poner música en la sala, pero aun así seguimos oyendo el retumbar
del bajo en las ventanas o en los muros. El problema puntual es que hoy están
en la vena reguetonera y Marco no la soporta. Ayer era salsita y es más
tolerable en general. Toca ser tolerantes. Y los vecinos deberían ser más
respetuosos.
Sobre el día veinticinco nada más hay
escrito, sólo página y media libres en el cuaderno Jet. Trataré de llenar este
espacio en blanco con mi deficiente memoria, tratando de no cansar mucho a mis
pacientes lectores. (Abrazos, a propósito, ya varios me hicieron saber que me
leen, y que les ha gustado mi crónica. Así se va al piso la teoría de un
“amigo”, que jura que los datos de lecturas de mi blog son comprados –¿con qué
recursos*? – o simples números aleatorios de la página para motivarlo a uno a
seguir usando la plataforma – ¿y para qué? Tampoco son muchos, máximo 10.000,
repartidos entre mis 60 publicaciones o entradas.)
13:30. Finalmente pude salir de la casa,
en camisa, porque hace un sol espléndido. Pero tenía que ahora sí venir a
cumplirse el dicho “en Abril, lluvias mil”, y cuando iba llegando a Compensar
ya estaba cayendo un aguacero. Para más Inri, cuando llegué a la sede principal
encuentro una pequeña fila a la entrada; normal, pero lo que pasa es que la
sede está clausurada porque la preparan como hospital de emergencia para cuando
llegue el pico alto de la pandemia. Consulto las carteleras que me indica la
portera y me encamino a la estación de Transmilenio Salitre – El Greco. Tomo el
B23 y me bajo en la Calle 45. Camino protegido con mi paraguas hasta la Carrera
13 con Calle 42. Es una sede nueva, pequeña pero bien concebida. El personal de
vigilancia es muy amable. Subo al sexto piso según me indicaron, pero nadie hay
en recepción; tres personas esperan en la pequeña y luminosa sala, con sillones
y sofás de acero cromado y cojinería tapizada en cuerina gris, de buen diseño.
Los ventanales de la fachada dan a la carrera 13; me acerco y miro una avenida
angosta, de andenes anchos con ciclo rutas; bien arborizados pero solitarios y
húmedos por la lluvia que aún cae. Tres personas esperan: un padre joven con su
bonita hija adulta que juegan en el celular, y un hombre campechano que se
pasea nerviosamente y me pregunta quién nos atenderá. Yo le digo que ahorita
saldrá alguien, que hay que tener paciencia; y efectivamente, por la puerta de
vidrio templado sale una atractiva doctora, blanca y algo rubia, de mediana
estatura, que llama a una paciente; es la chica que espera con el papá en la
sala y quienes entran inmediatamente, sonrientes y festivos, eso sí luciendo
sendos tapabocas. El otro hombre se acerca y pregunta algo y la doctora le
dice, al examinar los papeles que le presenta, que primero debe hacer una
gestión en el piso uno y subir nuevamente. Me da pena con la doctora y espero a
distancia, pero ella muy amable me llama y pregunta en qué me puede servir.
Revisa ahora mis papeles y dice: yo soy la Doctora Flavia, pero la paciente
tenía cita a las 10:50. ¿Dónde está? Paso a explicarle la situación, y ella me
aclara que por el objetivo de la cita no necesita ver a la paciente, porque es
para formular el audífono, y todos los exámenes y requisitos están en regla;
que pida reactivar la cita y suba nuevamente para que me haga la fórmula. A
estas alturas yo estoy derretido por la Doctora; su nombre exótico, su tierna
solicitud, su tersa piel cubierta por un vello rubio microscópico (tengo buen
ojo de cerca), y unas leves arruguitas a los lados de los ojos que me permiten
calcular su edad en unos 32 años, me hicieron suspirar. Si es bonita por encima
de su tapabocas muy cubriente y su amplia bata clínica azul celeste, cómo será
en la vida real, porque esto es un sueño, ¿no?
Bajé tembloroso. Pasé a la ventanilla uno
a pedir información y la asistente se mostró preocupada por mi caso, tomó los
papeles y se fue a hacer algunas consultas con sus compañeras. Volvió y me dio
una solución: aunque la cita ya se perdió y la Dra. Flavia no tiene agenda en
mucho tiempo; me pide que venga al día siguiente, antes del mediodía y la
doctora me atenderá entre dos citas que tenga; pero para lograr esto debo pedir
a la Doctora que me firme la autorización para una cita extraordinaria. Vuelta
al sexto piso, por las escaleras porque hay dos personas esperando el ascensor
y éste es muy pequeño. Esperan: una señora “muy embarazada” y el señor
campechano, que aprovecha para preguntarme “¿Amigo, aquí no habrá baño?”. “Tal
vez, le digo, pero es la primera vez que vengo a esta sede y no tengo idea.
Pero hay materas”. No veo que capten el mal chiste y subo a grandes pasos por
las escaleras, llegando primero que el señor. Una enfermera iba entrando y me
preguntó qué deseaba; no pude confesarle mis deseos pero le dije que la Dra.
Flavia me firmará una orden. Llamó a la Doctora, quien atiende en el primer consultorio,
ella me vio, sonrió y dijo “Ah, es usted. ¿Ya le activaron la cita?” Le
expliqué lo sucedido y me dijo que entonces ya me firma para que venga mañana
yo mismo, sin la paciente, antes del mediodía. La enfermera le alcanza los
papeles y ella firma la orden y se los devuelve. “Listo”, dice, sonriendo con
los ojos claros, “entonces lo espero mañana”. (¡Ya es mañana! Dirían Alice
Lidell y sus hermanas en estos casos –poema introductorio de Alicia en el País de las Maravillas). Me
voy satisfecho por el éxito de la gestión. Bajé por las angostas escaleras y en
un descansillo encontré al campechano –sonriente y aliviado– saliendo de un
baño que nunca imaginé en tan incómodo lugar.
Pero a todas estas ya son las 4 de la
tarde y tal vez no alcance a pedir los medicamentos. Tomo el Transmilenio, casi
vacío por suerte, y llego a la calle 100. El aguacero se intensificó como a
propósito, pero a mí no me amilana un simple aguacero, más cuando es tarde y ya
estoy mojado hasta las rodillas, los pies chapotean en los zapatos inundados, y
acabo de ser tan bien atendido por la doctora Flavia. Conclusión: ni incómodo
ni amilanado. Llegué a la farmacia y hay una aburridora fila, aunque no demoro más
de 20 minutos. ¡Pero allí no entregan estos medicamentos! Toca ir a la carrera
18 con calle 93. Pongo a funcionar mi posicionador cerebral y arranco para
allá. Tuve que atravesar el viaducto de la 94, tarea impracticable en otras
circunstancias, ya que si voy hasta el larguísimo puente peatonal, varias
cuadras más abajo, pierdo demasiado tiempo. Los andenes a lado y lado de la
autopista están adornados con bellos jardines públicos, y en los separadores el
pasto está sembrado de cojines de carretones en flor. Me retrotraje a la época
de mi infancia, cuando al salir de la escuela y estaba lloviendo nos íbamos a
jugar fútbol en los pastizales enlagunados de agua cristalina en un potrero
cercano. Encontré fácilmente la dirección de esta farmacia y sólo hay tres
personas en fila. El local queda al pasar el lobby de un edificio de oficinas.
Bonitos acabados. Hay más locales pero están cerrados por la cuarentena. Rapidito
me atendieron, y bien, pero sólo me entregaron el Sacubitrilo, para el otro hay
que pedir la corrección de la autorización… ¡En la calle 42!
Para aprovechar la transferencia gratuita
en el Sitp, regreso a la calle 100 por la misma ruta. Ahora la lluvia es delgada,
pero muy fría. Espero un buen rato y ya cuando está a punto de vencer el tiempo
para transbordar, pasa la ruta 37 casi vacía, que me lleva tiritando y con
hambre a mi humilde morada filosofal, donde al llegar me desinfecto, me cambio
de ropa y me bebo un tinto dulce calientico antes de disfrutar el almuerzo
recostado en el sofá viendo mis programas favoritos en History Channel. ¡Ah,
qué aventura! Luego me pegué una siesta y vi televisión hasta tarde.
DÍA VEINTISEIS – Martes 14 de Abril del año 2020
00:30. Acostado ya, luego de ver una
buena película, un poco predecible pero no muy tonta, con el tema de EBES
peligrosas que podrían invadir la Tierra (EBES: Entidades Biológicas
Extraterrestres). Se vive casi toda en el espacio exterior, tiene drama y
suspenso y una realización impecable. Pero es en esencia una nueva versión de Alien, el octavo pasajero. La dirige el
sueco ¡Daniel Espinosa! En serio, es sueco el señor. Tiene un final indeciso
entre el hollywoodense y el europeo; y se inclina por el cierre tipo Hollywood
que ocultaba un final inesperado. Y el héroe dice una frase muy cursi cuando
tiene que decidirse entre perderse en el espacio o volver a la Tierra: “Yo no
quiero tener nada que ver con esos 8.000 millones de desgraciados, mi hogar
está entre las estrellas”. Pero la película, que se llama “Life: Vida
Inteligente”, y había sido recomendada ayer en El Cartel Paranormal, no es tan deplorable como suena en este
comentario. Véanla.
Ayer era día de The Walking Dead, pero suspendieron la temporada hasta nuevo aviso.
A cambio vi Life. Bueno, a dormir
porque hoy fue un día duro y toca
digitar mucho en el PC.
08:30. Sonó el despertador por primera
vez en este confinamiento; lo apagué y quedé despierto y lúcido de una. Es una
dicha ver que uno se despierta y ya ha dormido lo suficiente, ha descansado, y
un día completo está disponible para ser aprovechado. Y es irónico anotar que
el mundo tuvo que detenerse para que yo comience a avanzar. Escribiré luego
de reflexionar con claridad sobre lo que
le está pasando al mundo, ¡y lo que me ha pasado a mí para lograr ser un
fracasado tan persistente! Tal vez lo que resulte sea un trabajo filosófico,
tal vez psicológico o antropológico, pero ante todo va a ser un ejercicio
literario con base en lo vivido, o sea una crónica personal de la pandemia de
Covid-19.
Primer planteamiento post cuarentena: ¿De
qué voy a vivir? Respuesta: no tengo ni la menor idea. A mi amigo Édgar le transmití
que no se preocupe cuando lleva mucho tiempo sin trabajo como independiente
porque SIEMPRE SALE ALGO; y a él se
le ha cumplido*. Cuando uno está a punto de rendirse o desesperarse, siempre
sale algo. No olvidarlo.
Soñé que en mi casa hacíamos limpieza
general, cada uno sacando cosas inútiles y mugre para dejar la casa impecable.
Y la única basura que sacaba Juan Pablo era un montón de escarcha de colores.
Yo quiero que no la bote porque los colores y brillos de la escarcha son muy
bonitos y me recuerdan la época de Navidad, por eso me gustaría conservarla. Y
logro convencer a todos que vale la pena guardarla porque está limpia. Nos
ponemos de acuerdo y es lo único que no botamos; y la casa quedó limpia y
reluciente, y todos tan contentos.
(Retomo en Abril 25 a las 15:05. No se
imaginan el “ladrillazo” que acabo de evitarles: una larga disquisición sobre
la historia de las civilizaciones y mi opinión al respecto. Autocensura.)
..… y tal vez el coronavirus llegó para
que Europa aprenda a ser más segura de sí misma, pero sin soberbia, porque le
pasó lo mismo que a los EE.UU. y a China; se creen tan sabios e invencibles que
no vieron venir a un enemigo sutil y poderoso, casi indestructible, para el que
no estaban preparados, y que si no se colaboran mutuamente va a arrasar con el
género humano. A veces pienso que tal vez mejor sería.
9:51. Ya saludé a mi mamá y charlé con
ella un rato. Me dio a probar dos rosquitas horneadas de paquete, tostaditas,
con sabor a queso. Pasó buena noche. Marco está haciendo ricas arepas de Promasa, aprovechando que en el
mercado que trajeron Omar y Raquel vienen varias libras.
Enciendo la radio. Más de lo mismo. Lo
novedoso es que tomé un dato de la pandemia en Bélgica, que por no aparecer en
los reportes de los noticieros de TV cree uno que allá no la sufren. Y sí:
4.157 muertos por el Covid-19, como un 30% más que en Colombia.
Soñé que llamaba a Édgar. Al menos en el
sueño al fin me contestó. Eran las 00:30 de la madrugada, pero estábamos en un
día en que no era raro estar despierto a esa hora, por ejemplo en Navidad. Me
preguntó cómo estaba y qué hacía, y de repente se cayó la llamada y sentí que
había colgado disimuladamente. No volví a marcarle y no me llamó tampoco.
Desperté con la sospecha de que en tiempos de crisis general la gente lo
abandona a uno porque cree que su crisis es peor que la de otros. Es que hace
unos días me llamó y me atreví a pedirle que me consiga algo de dinero. Error.
Tengo una máxima que dice: “Hay dos formas de perder a un amigo; una es pedirle
plata prestada, la otra es prestarle plata”. A Henry también lo llamé y me dijo
que iba a ver cuánto me podía prestar y me avisaba; pero ya pasaron tres
semanas y ni más. Ellos han sido amigos leales y buenos, y hemos compartido lo
poco que tenemos, pero esta crisis no tiene parangón y la situación no está
como para alcahuetear amigos que no trabajan por puro capricho. En conclusión:
ellos no quieren perder este gran amigo y por eso no le prestan dinero. That’s
right! Y los de Cajicá no volvieron a llamarme, y no voy a llamar a pedirles un
pequeño préstamo porque ya imagino la respuesta.
Y recuerdo en estos momentos a aquellas
personas a quienes ayudé en el pasado y que hoy están muy bien. Pero si las
llamara a pedir ayuda no creerían que de verdad esté sin dinero y sin trabajo,
y no sentirían la inclinación a ayudarme. Y claro que no están obligadas esas
personas, porque cuando uno ayuda a alguien lo hace sin esperar nada a cambio.
Pero también recuerdo el dicho “AYÚDAME,
QUE YO TE AYUDARÉ” y me pregunto dónde ha quedado el sentido de
agradecimiento y recompensa de los seres humanos. Hace un tiempo llamé a
algunas de esas amistades a pedirles un préstamo, para mi proyecto de Arte,
pero las ahuyenté para siempre. Es que eran tres millones de pesos. Y ahora no
pienso llamar a pedirles limosna.
Hablando del tema: llaman de las líneas
aéreas a chillar en la W Radio, y este es un ejemplo de todas las agencias
multinacionales de viajes que durante décadas se enriquecieron con la necesidad
de la gente por viajar, cobrando las tarifas que quisieron, y ahora que es sólo
una corta temporada en la que tienen que enfrentar la crisis vienen a
conmovernos para que les digamos “pobrecitos damnificados”, y que los gobiernos
los auxilien, cuando hay empresas familiares y unipersonales, usuarias de esas
megaempresas aéreas, que se irán a la quiebra y nadie les botará un salvavidas.
Y cómo abusan con el tema de las multas por sobrepeso de equipaje o el cambio
de vuelos por llegada tarde o por fuerza mayor.
¡Que se quiebren! ¡Que se pudran! ¡Que se
jodan las multinacionales aéreas y de toda calaña! ¿Qué son las que mantienen
viva la economía mundial? ¡Pues nos inventamos otra economía!
10:26. Mejor me levanto. Ya comenzó la
bulla con música Hip-Hop en la casa de al lado, y es que el sonido retumba feo
en la pared y en las ventanas, como ya les había comentado; y Carlos ya subió a
extender ropa. Mi hermano ocupa con su familia el primer piso independiente,
pero allá carecen de un lugar adecuado para secar la ropa; por eso deben
subirla siempre. Carlos duró dos días sin venir por el reclamo que le hizo
Marco respecto de la quejadera, pero entonces aprovecho y le digo a Marco que:
o arregla el problema del ruido con los vecinos o se resigna y no le pone
cuidado. También quejas tendrán todos para mí. En conclusión ¡Que todos
cambiemos de tema!
Subí a ducharme y lo hice rápido. No sé
por qué hay gente que, aunque se baña todos los días, tiene que pasar media hora
bajo la ducha dándose jabón y estropajo. Si uno se asea habitualmente, con 10
minutos de jabón y agua es suficiente para quedar limpio.
Canta Abbey Lincoln, y esta belleza me
hace olvidar de tantas estupideces con las que uno se amarga la vida.
11:30. Ya hasta desayuné y lavé la loza.
Los vecinos por alguna razón apagaron la música. Y sé que Marco no ha llamado
con su apropiado estilo diplomático a decirles nada. ¿Sería que Dios escuchó
mis oraciones pidiendo: “Señor, haz que a mis vecinijillos se les estalle ese
diaboliquillo equipo de sonido”? Como cualquier Ned Flanders de inmaculado
civismo. (Aquí no hay necesidad de Googlear, ¡todos saben quién es Ned
Flanders!)
De noticias estoy hasta la coronilla,
valga la ironía.
“Estoooyyy hasta la
coronillaaa, tú no eres mi media costillaaa, ¡ni la octava maravillaaa! / Claro
si sí, claro si no, ni pregunteeen / Ya no soy yo, fuera de mí es que me tieneeeen.”
(Bolero falaz. Letra y
música: Aterciopelados)
13:12. Digité un rato, después de dos
días sin hacerlo, y ya iba retomando el impulso cuando llamó Leidy Johanna a
saludarme. Me pide que la invite a un tinto, pero le recuerdo que estamos en
cuarentena y protesta: “¡Ay, me va a negar un tintico; pues me lo tomo afuera
sentada!”. Y así lo hicimos. Había estado haciendo una gestión bancaria con la
mamá, Magdalena, y de para acá decidió pasar a saludarme, y se lo agradecí
mucho. Fueron refrescantes esos momentos que compartimos al frente de mi casa,
ella sentada en el quicio de la puerta y yo en el andén. Yo quiero mucho a
Leidy, y creo que es la única verdadera amiga que tengo ahora. Somos muy
compinches, y hemos pasado delicioso el tiempo que podemos compartir. Verdadera
amistad que ojalá dure toda la vida. La conozco desde que nació. Nos ayudamos
mutuamente. Nos contamos nuestras penas y confidencias. Reímos, peleamos y
lloramos.
En esta ocasión nuestro encuentro fue
inusualmente literario. Le hablé del Diario que estoy escribiendo y me pidió
que le leyera algo. Bajé el cuaderno Jet y algunas fotocopias de la novela “Buda Blues”, de Mario Mendoza, porque
hace un tiempo me habló del único libro que la ha absorbido en la vida, “Satanás”, del mismo autor. (Leidy es
poco lectora, pero se expresa bien y compone bonitas canciones Rap. Para
explicarme la novela dijo: “son varias historias que confluyen todas al final”.)
Primero leí unas páginas escogidas de mi
Diario de la Cuarentena. Quedó encantada; me decía “sigue, sigue”, cada vez que
pensaba dejar en un punto la lectura. Cuando ya no quise leer más, porque no
podemos estarnos de visita toda la tarde, me dio su veredicto: “Escribes muy
bien. Me pareció estar leyendo el libro que te comenté”. “Ah, Satanás”, le
dije, “Qué orgullo saberlo, de verdad. Entonces espere y le leo algo”, y le leí
un capítulo de Buda Blues. Quedó fascinada. Me preguntó por mi libro de poemas
y le dije que haré una excepción y se lo prestaré, porque casi nadie lo conoce
(imprimí y encuaderné un ejemplar hace años). Ella estuvo de acuerdo y ofreció prestarme
a cambio “Satanás”, pues ya sabe que no lo he leído. El sol nos acompaña
luciendo suave y esplendoroso. Algunos vecinos salieron a hacer sus compras y
nos saludaron amablemente, y debieron sorprenderse de esta reunión de lectores
en medio de la cuarentena. Nos despedimos; y no imaginaba que alguien que no ha
entrado todavía a estas crónicas también nos vigilaba atentamente.
Me sentí muy orgulloso al saber que
podría escribir como Mario Mendoza, y me prometo consagrarme más y dejar fluir
con libertad mi estilo, sin tratar de parecerme a nadie. “Imitar es de tontos. Más vale ser malo siendo uno mismo, que imitar a
los demás”. Dijo el famoso músico Georges Bizet, según citaron en Sin Fronteras, de Javeriana Estéreo.
A propósito de música y músicos, nunca
creí que fuera tan fantástico estar planchando a medianoche en la sala, con el
TV apagado, escuchando cantar a Ella Fitzgerald. Esta será ahora mi música de
plancha. Dulces sueños.
DÍA VEINTISIETE – Miércoles 15 de Abril del año 2020
10:31. Estoy sentado en un cómodo sillón
contemporáneo de la sala de espera del sexto piso, Torre A, de la sede de la
EPS Compensar en la calle 42 con carrera 13 de Bogotá. Espero el llamado de la
Doctora Flavia Buscia Rincón, fonoaudióloga, para que me extienda la fórmula
del audífono para el oído izquierdo de mi mamá; tal como quedamos ayer. Hoy si
hay dos personas en la recepción, pero no nos determinamos. Saqué los papeles y
esperé. Una enfermera venía con unos paquetes y abrió la puerta vidriera para
entrar. Yo aproveché la oportunidad para preguntarle por la Doctora Flavia. Me
dijo: “Es aquí” y me anunció adentro.
Esperé sentado dos minutos; entonces se
asomó la enfermera y llamó: “¡Paula Gaviria!”. Entré al consultorio, también
con gran entrada de luz natural, ayudada un poco por las luminarias porque la
tarde está oscura. La doctora me saludó con un “buenos días” y una sonrisa
cordial. Me
pidió la orden y los exámenes y se sentó ante el computador a digitar los datos.
Yo la observé a hurtadillas. No es esbelta, pero debe tener bonito cuerpo. Y
bajo la mesa auxiliar que es solo una tapa forrada en fórmica con un soporte en
acero cromado, veo sus pies cruzados calzados con zapatillas de marca y medias
deportivas que dejan ver la piel blanca y suave de los tobillos. Me estremezco,
y decido no mirarla más.
En tres minutos expidió la fórmula y pasó
a explicarme el procedimiento a seguir. ¡Primero hay que pedir autorización
para cita con la empresa escogida para la entrega del audífono! Esto ya toca
niveles absurdos. Tal vez lo hacen para que uno se “mame” y decida no pedir un
elemento de alto costo que debe pagar la EPS. La doctora no tiene la culpa. Es
sólo otra víctima del sistema. Llevamos meses con este proceso, pero no vamos a
darles gusto. Seguiremos hasta el final. Maldito sea Uribe por el
establecimiento de la salud como inhumano negocio privado.
11:45. Ahora en el primer piso, esperando
turno para que me den la autorización. Al tiempo pedí turno en el segundo piso
para la corrección de la autorización de la Vitamina D3, la que ayer no me
entregaron en la farmacia. Subo y bajo constantemente, pero por querer hacer
más hice menos, perdí el turno en el primer piso, según me dijo la asistente de
la ventanilla 2, en un momento en que fui al baño, y me tocó pedir otro, pero
la máquina dice que ya tengo un turno; igual me pasó en el segundo piso, por estar
peleando en el primero; pedí un nuevo turno y, efectivamente lo generó la
máquina, señal de que aquí si perdí el anterior. Pero decidí preguntar a una
asistente que habitualmente me atiende en la calle 26 y ¡me dice que toca hacer
la gestión por correo electrónico! Además, que la misma farmacia debió haber procesado
esa solicitud de arreglo de la autorización. Como para volverse uno loco. Y
cuando volví al primer piso… Ya se había pasado mi turno. Me acerqué a la
máquina de Digiturno, hice el proceso*
y me anunció que sería atendido dentro de 34 a 45 minutos. Estoy que vuelo de
la piedra, incluso conmigo mismo, y decidí largarme de allí y volver mañana.
Hoy no es mi día.
13:05. Estoy sentado tomando el sol en la
banca de un bonito parque que hay en la calle 42 con carrera 8ª. Voy a regresar
a Compensar porque es verdad que no puedo perder el viaje ni el gasto de
transporte, tiempo, y energía. Me recompuse, caminé por los alrededores, tomé
datos de predios en venta. Es un bonito sector, apto para negocios pequeños y
viviendas estudiantiles. El parque es antiguo; tiene 4 sectores divididos por
calles angostas que se cruzan; está poblado de árboles añosos y arbustos de
flores; tiene un gimnasio público y un parque infantil; tiene caminos sinuosos
y muchas bancas de forja y madera. Pero no hay más gente que la que está
sacando a sus perros a... Es triste, ahora los más hermosos parques de todas
las ciudades del mundo se volvieron cagaderos para perros. Así recojan la caca
en bolsitas, algo queda, aunque sea el aroma, y se supone que ahí juegan los
niños. Además doble error ecológico: se pierden para el ciclo de reciclaje las
bolsas plásticas, y se evita la degradación natural de los desechos orgánicos. Pero
al común de la gente qué le va a parecer importante esto. Que se ofendan todos
los adoradores de mascotas, pero opino que ya que los consideran casi de la
familia, ¿por qué no les hacen un baño en la casa a sus perritos? Que saquen a
los perros al parque sólo para jugar. Ahí si hasta yo me revolcaría con ellos,
porque yo también amo a los animales –No solo por salud soy vegetariano– ¿O es
que acaso a los abuelitos o al resto de familia los sacan a hacer sus necesidades
al parque? No lo hacen solo por evitar la multa y el carcelazo, sino porque
sería una indignidad y una cochinada. A ver señor Uribe si legisla sobre este
tema en vez de estar buscando cómo joder a la gente pobre y a los que no forman
parte de “la gente buena de este país”. Mejor me voy. No aguanté más el olor de
este lindo parque.
13:30. Volví a Compensar, ya recargado
para tener de entrada una pelea con la asistente de la ventanilla 2, enojada
porque me acerqué a preguntarle si ya se habría pasado mi turno. Lástima que no
estaba la eficiente y amable señorita de la ventanilla 1 que me atendió ayer y
esta mañana.
– ¿Ya tomó su turno, señor? – me dice de
mala manera la señora cuando me acerco al punto.
– Ya, señorita, lo que pasa es que
necesito preguntarle si se me pasó. (A todas las asistentes se les dice
“señorita”, así notablemente ya sean abuelas).
– ¡Pues para preguntar cualquier cosa
tiene que tomar su turno y sentarse a esperar que lo llame! Me grita. Con la
cara transfigurada, como un monstruo.
– Vieja hijueputa, le digo entre dientes,
pero me oyó. La gente que hay esperando también, pero todos saben los niveles
de desesperación a que lo llevan las gestiones en estas entidades. Yo siempre
he tenido mucha paciencia para esto, son años haciéndolo, pero como todo ha
empeorado por las circunstancias de la pandemia, imagínense. Me retiro al otro
lado de la sala, esperando la llegada de los miembros de seguridad o la policía
para detenerme, pero nada. A cambio suena una melodiosa voz que llama. “Paula
Gaviria, ventanilla 6”. Qué dicha.
14:10. La amable señorita Damaris, de la
ventanilla 6, me acaba de expedir la autorización para la entrega del audífono del
oído izquierdo de mi mamá. La asistente me aconsejó ir de una vez, si yo quería,
por supuesto, ya que estoy cerca. La empresa se llama Wedix y queda en la
Carrera 7ª No 45-10, local 3, a pocas cuadras.
Y me encaminé hacia allá, evitando pasar
por el dichoso parquecito. Subí por la calle 45, pero algo de lo que nunca me
había percatado me sorprendió. ¿En qué momento ampliaron la calle 45 a ocho
carriles con separador y le dieron este desastroso aspecto a un sitio que
otrora fue tan hermoso? Son apenas unas cuadras, de la Carrera 13 a la séptima,
y lo que hicieron fue proyectar la vía que llegaba ancha hasta la 13. Pero
arrasaron con unas hermosas casas de estilo inglés que alegraban la acera sur
con sus antejardines, escalinatas, puertas antiguas de madera, porches y
buhardillas; con pequeños y variados negocios, sombreados por sauces y cerezos;
y a cambio dejaron unos andenes desangelados y unas tapias horrendas, con un
separador inhóspito de árboles raquíticos distribuidos simétricamente. Esta
porquería tiene cara de ser obra de la administración de Enrique Peñalosa; no
le falta sino su firma y su retrato. Tal vez esas blasfemias estén bajo las
capas de carteles y grafitis que ensucian las paredes con su libre pero fea expresión.
Qué desastre pensar la ciudad en función
de los automóviles y no de la gente, en función de la movilidad y no de la
belleza.
La dirección no existe. En la puerta
donde debería estar no hay placa de nomenclatura, pero es en una casa horrible de colores chillones que sí debería
ser demolida. Hay una cafetería de mala muerte en la esquina y otros pequeños
negocios que están cerrados. La siguiente edificación, un edificio de varios pisos
con vidrios oscuros, muy traqueto, sí tiene cara de poder contener un local de
audiología, pero su número es 45-19, y la barrera metálica que lo separa del
andén está asegurada con cadenas y candados, hábito y necesidad tercermundista.
Camino un poco para ver si hubiera alguna pista del dichoso Wedix. Como un
muchacho pedigüeño trata de alcanzarme diciendo “amigo, amigo”, le doy plantón
pasándome al otro lado de la Avenida Séptima por la mitad de la calle, cosa que
no podría hacer en circunstancias normales porque el río de automóviles no deja
de fluir hasta que cambia el semáforo, y toca pasar por las cebras de las
esquinas. La acera nororiental de la carrera séptima con calle 45 sí está
ocupada por un moderno edificio de ladrillo, con elegantes locales
transparentes y un bonito diseño de circulación peatonal, con escalinatas,
rampas, andén amplio y materas que encierran grandes árboles. ¡Y hay un local
de audiología! Pero no es el que busco, y hubiera preguntado allí por sus
colegas, pero está cerrado por la cuarentena. También hay una bonita cafetería
con terraza, pero por el momento sólo venden comestibles para llevar. Y estaba
en este agradable paseo cuando me llama Ángela Cristancho, de Cajicá.
Me senté cómodamente, al borde de una
enorme maceta circular de ladrillo, antes de contestarle. La saludo efusivamente
y le pregunto por el motivo de su llamada. “Nada, es para saludarlo.”
Aquí sí mi sorpresa llegó al éxtasis y me
puse sarcástico: “¡Ángela, gracias! No puedo creerlo. Esto si merece una raya
inmensa, porque es la primera vez en la vida que alguien de allá se acuerda de
mí para saber cómo estoy. Espere un momento”. Y me puse a buscar algo con qué
marcar una raya grande en alguna parte. Dentro de la matera encontré una piedra
arenosa, y le transmití en vivo y en directo a Ángela –narrándole, porque no
tengo video llamada– el momento en que trazaba una raya envolviendo el tronco
oscuro y rugoso del árbol que tenía a la mano, de hojas pentalobuladas, desde
bien arriba hasta la base, mientras ella ríe con un toque de amargura porque
sabe que lo que estoy haciendo es dejar en evidencia a toda la familia por su
falta de reconocimiento a mi ayuda incondicional durante estos años. Pilar
Cristancho me llamó el domingo 29 de marzo, pero estoy casi seguro que lo hizo
por pedido de mi amigo Óscar. Tal vez la poca gente que circulaba por ahí se
extrañaba del accionar de este loco, pero no me fijé. “Listo, Angelita. Ya
quedó. Cuando pase la cuarentena la invito a tomar un café con torta y a
visitar la raya. Está ubicada en la Séptima con 45 y quedó muy bonita, toda una
obra de arte conceptual, una intervención efímera en el espacio público que tal
vez ya no exista para ese día”. “Ah, ¿y qué hace por allá?”, pregunta ella
riéndose. Le comento de la odisea del asunto para mi mamá y me dice: “Ah, ¿está
en Compensar?”. Y en ese momento una voz me dijo desde mi cerebrito malpensado
que ella llamaba era para encargarme alguna averiguación en esa entidad, pero
como la dejé sin palabras por mi celebración ante su llamada amistosa, nada me
había dicho. Para rematar y evitar que de pronto me encargara algo, omití
decirle que debo regresar allá y me quejé del enorme trastorno que hay por
estos días en Compensar, y que muchas cosas toca gestionarlas por Internet. “Sí,
me dijo resignada, lo que toca es ayudarse con Internet”. Me despedí
diciéndole: “Pues ahora me iré para la casita porque tengo hambre y estoy
agotado. Chao, y saludes a todos”. “Chao, entonces que almuerce y descanse.
Saludos”. Dijo con una risa franca. Fin de la transmisión, cambio y fuera. Ufff.
Hasta
la vista, baby. Y desde ese día no me ha vuelto a llamar. Qué ganas le iban
a quedar a la pobre.
15:10. Qué jartera tener que contarles
que volví a la ventanilla seis. Ya estoy tan hastiado de esto como ustedes,
pero precisamente esa es la idea, que compartan conmigo este sufrimiento y
desesperación durante la pandemia. Ya la señorita Amabilidad me entregó la nueva autorización luego de hacer algunas
averiguaciones y tratar de comunicarse con el susodicho local fantasma. Ahora
es para una sede de la Carrera 7ª No. 119-50, Local 1. Me suena, porque ahí
cerca le hicieron la audiometría a mi madrecita linda. Ya veremos.
Bajé a la estación calle 45 de
Transmilenio. Está casi vacía, por suerte. El bus viajó rápido y pude guardar
las distancias haciéndome un nido en un espacio reservado detrás de las cintas
de protección del conductor. Es increíble cómo la gente trata de amontonarse
como polvo. Hace un sol esplendoroso, pero fue al llegar a la casa cuando por
fin tomé agua. Llegué al portal de la 80 y llamé a Lucy. Pasé de una vez a
llevarle los papeles al apartamento de Jenny, para que gestione por Internet la
cita y pida la corrección de la autorización para la Vitamina D3. Pablito bajó
a saludarme y me invitó a subir, pero le agradecí y le dije que no puedo porque
vengo muy cansado, con hambre y tal vez muy contaminado.
16:15. Llegué a mi casita. Me quité los
zapatos a la entrada, subí directo al tercer piso y boté lejos la ropa luego de
rociarla con alcohol al 70%. Me puse pantaloneta y camiseta limpias, y pasé a
bañarme manos, brazos, cuello y cara. Me tomé media botellita de agua helada
que me quedaba. Saludé a mi mamá y a mi hermano, y me recosté en el sofá a
almorzar viendo televisión. ¡Qué descanso tan bien ganado!
En History
Channel: Historia de Grecia, sus guerras contra los persas, la batalla de
las Termópilas, Leónidas y los 300 espartanos, Alejandro Magno y su imperio, su
caída. Excelente clase.
19:30. Después de charlar un rato con mi
mamá, me acomodé bien en el sofá pequeño y disfruté la película “El Diario de
Bridget Jones”. Qué buena y divertida película. Cuando se terminó, bajé a
llevarle una libra de Promasa a Carlos, y él aprovechó para subir a saludar a
mi mamá. Vi un asombroso video de “Amazing”,
la gran canción de Aerosmith, pleno de sensualidad y buena cinematografía, y después
me puse a escribir sentado en el sofá; pero me cansé y pasé a escribir en el
comedor. Le llevé las pastillas a mi mamá; tomé café con leche y mogolla
integral y me metí a mi refugio.
Una disquisición sobre Aerosmith: en los
años 90 mis sobrinos Christian y Mimo estaban en plena juventud, estudiando en
el colegio, y compraban buena música en Compact Disc. Armando –el papá de
ambos– también, pero él se iba lógicamente por lo retropical, las baladas
románticas, las rancheras, los vallenatos y nuestra querida salsa. Con la
discografía de ellos se hacían grandes fiestas y tertulias. Ah, ya recuerdo que
Armando compró incluso los Grandes Éxitos de Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y
Pablo Milanés. Cómo gozamos en esos años. Pero lo de los muchachos era el Pop y
el Rock; y compraban música de Madonna, UB-40, Guns & Roses, Marilyn
Manson, etc. Entre sus discos el que más me gustó fue “Aerosmith – Greatest Hits”. Yo me iba
los viernes y sábados a un diminuto centro comercial en la Carrera 15 con calle
76. Allí estaba “El Bohemio”, que originalmente era una charcutería muy famosa
que nació en la calle 22 con carrera 9ª de Bogotá en los años cuarenta del
siglo XX. En aquella sede, que ya no existe, organizaron una buena taberna
alrededor de la venta de salchichas y embutidos de todo tipo. Había allí una
rockola modernizada que funcionaba con CDs, conectada a los parlantes por todo
el local. Y estaba el álbum de Aerosmith. Yo lo pedía completo, aprovechando el
derecho que da el pagar el turno de escucha. Como era un sitio principalmente
de salseros y vallenateros, al comienzo se sobresaltaban un poco los clientes,
pero con el tiempo no tuve necesidad de meter monedas para escucharlo; llegaba
a cualquier hora y el álbum estaba sonando. Yo me sentía cosmopolita y me
sentaba a la barra a contemplar el ajetreo de las bellas meseras
universitarias, mientras tarareaba Angel,
Love in an elevator, Crazy o Amazing,
y a tomar cerveza tras cerveza Club Colombia, comiendo de vez en cuando papas a
la francesa con ajicito rojo y espeso. Ah, qué veladas. Y yo, solo como una
pelota. Pero era feliz, pero soy feliz.
22:00. Ya hice mi cama para acostarme.
Ahora sintonizo el cartel Paranormal. Fabulosas historias de los oyentes.
Exitosa e interesante comunicación con el espíritu de un joven suicida. Estas
cosas me parecen interesantes; así parezcan imposibles, me inquietan sobre lo
que pasa después de que morimos. Estoy seguro de que seguimos viviendo de una
forma más elevada, pero lo que dudo es que podamos comunicarnos desde aquí con
ese nivel de existencia, pero debe haber excepciones a la regla, porque he
tenido algunas comunicaciones en los sueños que me hacen pensar que algunas
veces se abren canales.
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