ULTRACENTRISMO
Por:
Jorge Zambrano Gaviria
Estoy por creer que el extremismo de centro,
esa paradoja o imposibilidad lógica política, existe en Colombia. Y tengo mis
razones para pensar así.
A raíz del fenómeno electoral presentado
luego de la primera vuelta presidencial, cuando un candidato de derecha y uno
de izquierda pasaron a la segunda, quedando en tercer lugar el profesor Sergio
Fajardo, candidato del centro, comenzó a decirse que en Colombia el poder se lo
disputaban los extremos.
Es peligrosa esta afirmación. A pesar de
que el autodenominado Centro Democrático, partido del ex presidente y
reconocido líder de derecha Álvaro Uribe Vélez, es el artífice y manejador de
la candidatura de Iván Duque, y de que Gustavo Petro, ex guerrillero y ex
alcalde de Bogotá, de obvias ideas izquierdistas, tienen en sus manos el futuro
del país, tampoco es cierto que todos los que se alinearon para apoyarlos
tengan las mismas tendencias, lo cual ayuda a mesurar el carácter del gobierno
que elijan los colombianos este 17 de Junio.
Al lado de Iván Duque se fueron los
partidos que tradicionalmente han gobernado al país y al lado de Gustavo Petro
quedaron los partidos populares de reciente existencia política que luchan
contra la hegemonía de las clases altas y las familias poderosas.
Pero cuando comenzaron a generarse las
adhesiones, naturalmente, como un imán a las limaduras de hierro, cada
candidato atrajo a los políticos derrotados que más se identifican con sus
maneras de gobernar una nación. Cada ex candidato tiene su caudal electoral,
cada uno asegura endosar los votos obtenidos para sumar al candidato de su
preferencia y, por supuesto, el candidato Sergio Fajardo era el más apetecido
con sus casi 4’600.000 votos.
Se comenzaron a hacer cuentas alegres. La
realidad es que hoy en día es muy poca la gente que se inscribe en un partido y
se mantiene fiel a las órdenes que emanen de sus directivas. La disciplina de
partidos se mantiene a nivel de maquinarias más no de electores. Cada ciudadano
ejerce su derecho y su deber político de acuerdo con sus más personales
convicciones.
Entonces Sergio Fajardo manifiesta que su
voto será en blanco y se desencadena una campaña para que todo aquel que se
considere de centro vote en blanco, a pesar de que para esta elección ese voto
sólo tiene una validez simbólica, y que resta opciones en vez de ayudar.
Entonces izquierda y derecha son rebautizadas
como extremas, sin matices, y el centro pasa a considerarse teóricamente como
un movimiento incorruptible. Y esos cuatro millones seiscientos mil votos
quedan en el limbo, también teóricamente.
El centro pasa a ser como un árbol sin
ramas, una palmera sin copa; o utilizando el símil futbolístico, que no es mi
fuerte, pasa a ser un mediocampista central que se mueve en una línea recta trazada de un punto de penal al otro pasando por el centro de la cancha sin
desviarse ni para buscar el balón.
Es cuando nace el extremismo de centro.
Aparecen los impolutos que no apoyan a uno u otro candidato por considerarlos
de extrema izquierda o extrema derecha, los que pueden tirar la primera piedra,
los antipolíticos, los puros y castos.
No digo que esté mal que existan. Siempre
tiene que haber una tercera vía. Lo que me parece criticable es que no estén en
capacidad de aceptar una idea de izquierda o de derecha. Pienso que la política
del futuro, la que va a evitar las guerras y a construir un mundo armónico es
aquella que se adapte a todas las tendencias, que tenga matices y sea flexible,
que practique modos de gobernar que busquen el bien común y no los intereses
particulares.
Capitalismo y comunismo han sido los
extremos políticos que en las últimas décadas han teñido de sangre el suelo del
planeta; ya es hora que se resuelva esta dicotomía, no con un movimiento nuevo
que los excluya sino con una forma de economía política que aproveche lo bueno
del capitalismo y lo modere con la búsqueda de justicia social del comunismo (¡anatema!);
porque puede llegar a ser viable lo que es una aberración desde todo punto de
vista: el capitalismo socialista.
El lugar común es desear que haya menos
pobres en lugar de menos ricos, y esto sería posible si en vez de seguirnos
matando o injuriando por tener ideas diferentes y creer que la que defendemos
es la única valedera, nos ponemos a construir una Colombia donde todos podamos
vivir en paz; sin odios, sin rencores y sin esaa ambición desmesurada por el
poder para el beneficio de unos pocos.
Bogotá,
D.C. Junio 14 del 2018
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