COINCIDENCIAS BIBLIOGRÁFICAS - Angelitos Empantanados

COINCIDENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Angelitos Empantanados e Investigación & Ciencia


El enorme y luminoso bus híbrido azul en que viajaba para mi casa se detuvo ante un restaurante y asadero llamado Cali Sabroso. Su aviso ocupaba toda la panorámica a través de los ventanales. Eran las 19:47 del jueves 4 de mayo del 2017 y acababa de terminar de leer Angelitos Empantanados (o historias para jovencitos) del gran escritor caleño Andrés Caicedo, de quien se conmemoran por estos días los cuarenta años de su fallecimiento voluntario, ya que predicaba que vivir más de 24 años era una insensatez.

La obra consta de tres cuentos entrelazados por la misma historia y los mismos protagonistas, y cada cuento es la narración de la trama desde la perspectiva de cada uno de ellos (Angelita, El Pretendiente y Miguel Ángel). La escritura es brillante e innovadora, introspectiva y contestataria, con una carga permanente de suspenso y veladas alusiones terroríficas, con humor y mucha frescura. De este mismo autor ya había leído un libro de cuentos titulado Destinitos fatales, no tan perfecto como éste, y la novela corta ¡Que viva la música!, fundacional de la novela urbana colombiana.
Pero jamás esperaba encontrar una serie de coincidencias con mis otras lecturas actuales (disímiles por antonomasia) y con los sucesos de mi vida actual.

En la página 82 se lee la enumeración de las razones por las que el adelantado don Pedro Valderrama, tres siglos antes, decidió construir la casa donde ahora vive El Pretendiente, “una casa inmensamente vieja e inmensamente grande”:
“Porque era la mejor porción de tierra, porque era rica en aves, en guaduas, porque los guijarros del fondo del río eran blancos, parejos, porque había árboles de mango, de madroño, caimos, chirimoyos, guayabos, coronillos, mandarinos, ciruelos, guanábanos, grosellos, nísperos, porque el cielo era bajo pero amigo, porque las lluvias eran verdes y la tierra se vestía aún más de fiesta, que era bueno meter los pies dentro del barro, que los pájaros salían y bajaban y se dejaban tocar por los asombrados conquistadores, que después de cada lluvia arrojaban los arcabuces al río y se dedicaban a las canciones, a componer versos, porque con las lluvias bajaban de los cerros unos hombrecitos del color del café seco y del olor de la tierra mojada, envueltos en telas hasta el suelo y plumajes para el hombre blanco, y que el hombre blanco los recibía con música y con bebidas que descifraban el futuro y hacían sabios los recuerdos.”

Coincidencialmente, en la página 44 de la revista Investigación & Ciencia, edición española de Scientific American, se lee en el primer párrafo del artículo El Cuanto no Cuanto, de David Tong, profesor de física teórica de la Universidad de Cambridge:

“Numerosos físicos han llegado a imaginar el mundo como un vasto ordenador, descrito por bits de información y en el que las leyes físicas corresponderían a un algoritmo, como la verde lluvia digital que contemplaba Neo al final de la película Matrix.

Muy a pesar de los entusiastas de Matrix, las leyes físicas conocidas exhiben propiedades que nadie sabe cómo simular en un ordenador, no importa de cuánta memoria disponga éste. Y si deseamos formular una teoría unificada de la naturaleza, entender este aspecto de las leyes físicas reviste una importancia fundamental.”

Curiosa coincidencia, no sólo por la lluvia verde que ambos textos describen sino también por la importancia de la naturaleza en los dos escritos. Además, uno de los personajes de la trilogía de cuentos se llama Danielito Bang, y yo encuentro cierto parecido de su nombre con el del autor del artículo científico (al cual imagino partidario de la teoría del Big Bang).


Pero las coincidencias no paran aquí, y necesitaré un nuevo artículo, o duplicar la extensión de éste, para narrarlas.

Continuará...

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