¿Poder mental, casualidad o premonición?
Lo que me
sucedió este mediodía, cuando fui a solicitar un aplazamiento en Codensa para el
pago de la factura de Energía, podría clasificarse dentro de tres
posibilidades: la más sorprendente muestra del poder de la mente, una
casualidad extremadamente rara o la posibilidad de que mi intuición pueda
anticiparse a lo que va a suceder.
Entré hacia
las 12:10 a una oficina que apenas lleva dos meses de funcionamiento y que yo
no conocía, ubicada en el centro comercial “Punto 72” , en la calle 68 con avenida
Cali. Es pequeña y mal distribuída; pero muy luminosa por sus grandes
ventanales y lámparas interiores tipo luz día, con muebles y equipos nuevos muy
bonitos.
Mientras
hacía fila esperando para pedir mi Digiturno, observé el punto de atención y
deploré su pésima ubicación que hace incómoda la circulación de los usuarios.
Dos muchachas muy bonitas, una de raza blanca y otra de raza negra, se sentaban
en altos taburetes ante las pantallas de sendos computadores, y atendían a la
gente con amabilidad. La afrocolombiana parecía estar de aprendiz porque
observaba en la pantalla de su compañera cómo ejecutaba el proceso de asignar
los turnos para cada sección especializada. También contemplé con desaprobación
que la parte posterior de las CPU estaban a la vista y a la mano, con todo su
cableado y sus puertos de conexión, bajo las mesas con las pantallas e
impresoras.
Entonces
vino a mi mente el pensamiento que motivó este escrito: ¿Qué tal si un hacker
desocupado no puede resistir tal oportunidad y conecta una memoria USB con un peligroso
virus que ponga fuera de servicio todo el sistema de cómputo de la oficina?
Me imaginé
agachándome y conectando la memoria con un virus indetectable y veloz.
Levanté la
vista y volví mi atención a la aburrida oficina, mientras los usuarios que van
llegando muestran sus caras de satisfacción o desagrado acordes con sus estados
de ánimo o su afán. Escuchaba “W Radio” en mi celular, pero tuve que apagarlo
porque era el siguiente en pasar. Claro que no imaginaba que ya estaba en
camino la extraña coincidencia.
De repente,
las muchachas se miraron alarmadas y recorrieron con su vista todos los módulos
de atención, en donde los operarios tenían la vista fija en sus pantallas. Una
de estas preguntó: “¿Se apagaron todos los computadores?”. Sus compañeros de
oficina alzaron la cabeza y confirmaron el hecho. “Tal vez se fue la luz”, dijo
el muchacho alto y bien plantado que más adelante me atendería. Pero miraron al
techo y vieron que las luminarias estaban encendidas. Entonces comenzó el
revuelo.
Se
levantaron los jefes de sus puestos y comenzaron a recorrer los módulos para
encontrar la causa del problema. Ordenaron reiniciar todos los computadores,
mientras los usuarios nos mirábamos abatidos y resignados. Unos pocos se fueron;
quedamos diez personas en la fila, que pronto se alargó porque llega más gente
mientras los equipos siguen sin funcionar. El tablero donde se anuncian los
turnos también se apagó y, aunque lo reiniciaron al solucionar el problema, no
fue posible que sirviera mientras permanecí allí.
Inconscientemente
sentí algo de culpa, pues el problema surgió coincidencialmente cuando yo
proyectaba un hipotético ataque de un hacker instigado por la poca seguridad
del hardware de esa oficina.
Finalmente
lograron reiniciar aceptablemente el sistema y la chica blanca me llamó para
preguntar cuál era mi consulta. Me asignaron el turno A-070 y me entregaron la
ficha impresa, pero enseguida no funcionó más la impresora y tuvieron que
escribir los siguientes turnos en las facturas. Como no servía la pantalla me
llamaron por mi nombre y número desde el módulo 1. El muchacho que atendía se
golpeó las piernas con las manos porque el sistema se le acababa de caer. Un
compañero le gritó que intentara por “nodos” y lo recuperó. La jefe, alta y
elegante, acudió a auxiliarlo pero él le explicó que ya había corregido el
problema por el método mencionado.
Salí
degustando un delicioso dulce corporativo (“Codensa, mucho más que energía”
dice en su envoltura), no sin antes oprimir el botón de “excelente” en el
aparato de calificación del servicio recibido. No me fue tan mal; me dieron
plazo hasta el lunes 28 de abril, un dulce para suavizar la garganta y una
hermosa y cómoda silla para esperar ser atendido.
Ahora
pienso que el dinero para pagar aparecerá sin necesidad de angustiarme, como
por arte de magia.
Jorge
Zambrano Gaviria
Abril 23
del 2.014, miércoles.
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